domingo, 30 de junio de 2013

Drogas - ¿Regulación?

Una vez más, el staff de Dado de Tres se complace en recibir un post invitado. En esta ocasión, mi querida amiga Vicky Jorge comparte con nosotros un trabajo que realizó para su facultad, con el cual uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero que sin duda abre la cancha para la reflexión.


El tema que desarrollaré para este trabajo es el de la “internación compulsiva” de los adictos a la pasta base. Hay varias preguntas que se me presentan al leer esta noticia, primeramente me cuestiono qué busca realmente la implementación de esta propuesta, y del por qué surge. Es decir ¿busca atender una problemática real, ficticia o una conjunción maquiavélica de ambas?, ¿cuáles son las razones que han llevado a pensar en tal “solución”?, ¿es en todo caso una “solución”? ¿a qué precisamente?. 
Parecemos atender a una solución para un problema al cual personalmente cuestiono que sea tal. Es decir, por supuesto no pretenderé que el consumo de pasta base no existe, pero me pregunto si cuando se busca hacer algo al respecto, se busca “arreglar” un problema en verdad. No sería más serio preguntarse acaso ¿si el consumo de pasta base es un problema en sí mismo? Según la televisión me atrevería a decir que sí, pero justamente por esto es que pienso que no. ¿No valdría la pena repensar críticamente lo que realmente se busca controlar?. Por qué este control es “necesario”, y si así lo fuera, por qué es más urgente que otros, por qué nos preocupa este consumo en particular, por qué no discutimos el consumo de alcohol (el cual se menciona, pero que de hecho ya está legislado y el cual ocasiona muchas más muertes por ejemplo en accidentes de transito). 
¿Podría quizás derivarse en que nos interesa o nos preocupa el consumo compulsivo en general? O si se consumen bienes lícitos o no tanto, pero que devienen en la mantención de la producción entonces no es un problema. Por ejemplo, en el ámbito de las producciones publicitarias es sabido que el consumo de cocaína es la norma (basta pensar en que son 20 horas de trabajo de corrido o más, para darse cuenta) sin embargo no imagino a la policía irrumpiendo en un rodaje para internar compulsivamente a nadie, es acaso que el consumidor de pasta base al serlo deja de ser capaz de otro consumo no tan “repudiable” y claro productivo. El decir por ejemplo que lo que se busca es que la persona bajo la influencia de esta droga no lastime a nadie ni a si mismo, ¿es real?. La agresividad es por tanto propia sólo, o especialmente de estos consumidores, o más aún deviene de este consumo, o el consumo al fin y al cabo es producto de la frustración por ejemplo de vivir en una sociedad de “consumo” en donde el propio está acotado por razones exteriores, impensables de modificar. ¿Nos interesa realmente tanto el “otro”? ¿Nos quita el sueño que no se haga daño? ¿Que sea feliz? ¿Internar compulsivamente supone entonces erradicar la cuestión que lleva a las personas a consumir en primera instancia? ¿Qué se castiga aquí?. Será acaso el consumo de drogas, o más bien, el consumo de cierta droga, llevada adelante por cierta población (me atrevo a decir: pobre) que no tiene medios para consumir otra más “elegante”; que no tiene posibilidad de conseguir una receta verde; que no asiste a Facultad y entonces el fumar marihuana no atiende al ocio sano o al descanso del estudio, sino a la consumación de su perversión. Para esclarecer esta problemática considero a autores, que a mi entender pueden ser o bien complementarios entre sí, o bien para con la temática. 
En primera instancia pienso en Giorgio Agamben y su teoría sobre el estado de excepción, es decir un estado en donde prima el hecho político por sobre lo jurídico. Donde se deja de lado la constitucionalidad y se da paso a medidas de emergencia que avasallan el derecho público y las libertades personales, claro que con el supuesto fin de un mayor bien común. Aquí se me presentan varios disparadores, por un lado, cómo en lo discursivo se plantea este tipo de medidas (y este caso no es la excepción), como un bien común, y sobre todo un bien para aquél al que de hecho se va a avasallar, lo más terrible de esto, es que no genere una inmediata subversión al respecto e incluso que haya personas que crean que tal acción sólo busca lo que dice buscar. Esto nos habla de cómo (citando el teorema de Thomas), “si creemos que las situaciones son tales, éstas son reales en sus consecuencias”. Y de cómo el momento en que surgen tales proposiciones no es azaroso, sino que al contrario es mentado y tiene una vasta amortiguación de internalización del control, que permite que se aplique sin mayor revuelo. Es incluso reclamada tal intervención por los conciudadanos que se sienten (no sin un buen y efectivo trabajo de marketing) amenazados por estos consumidores. Es increíble como además la elección de la terminología usada (“internación compulsiva”) reafirma aún más tal situación, pues se reafirma en sí misma. Hay una parte del texto en que refiere a que la elección de la terminología jamás es neutral, y a esto es que me refiero, se encadenan y refuerzan la serie de concepciones de las que parte; lo compulsivo hace referencia a algo irresistible, obsesivo, y por tanto negativo, malo, feo, y la internación viene a quitar esto peligroso, perjudicial, de la vía pública, para que nosotros, ciudadanos de bien, que nada tenemos que ver con estos enfermos sociales, podamos estar tranquilos. ¿No es esta, una distinguida forma de hacer “desaparceer”, de eliminar físicamente (aunque sea de forma intermitente) a aquellos que no se integran de forma “saludable” al resto de la sociedad? 
Es un sentimiento de extrañeza tal que se despierta en el común de la sociedad a estas cuestiones, que el vernos en tal situación nos resulta imposible, y esto opera como otro refuerzo para la aceptación de tales medidas, en la incapacidad de vernos como reflejo del otro, perdemos toda posibilidad de empatía y (auto)crítica. 
Cabe reflexionar acerca de qué cualidades cumplen aquellos a los que podrían identificarse como posibles consumidores, es oportuno pensar por dónde se buscaría a los mismos, por dónde las autoridades pertinentes (pero temo no adecuadas) harán sus rondas, qué lugares se elegirán, que personas se distinguirán o mejor dicho, se discriminarán. A este respecto, primeramente considero que Anibal Quijano puede resultar esclarecedor. Este autor si bien parte de la contraposición epistemológica con el anterior, ya que pretende romper con el eurocentrismo, entendido como una forma hegemónica de concebir la realidad y por tanto la teoría, creo que puede colaborar a desentrañar lo que lleva a la legitimación de la discriminación de ciertas personas en tanto portadoras de ciertos atributos biológicos o construidos histórica y culturalmente. Quijano parte de la idea de colonialidad, es decir de cómo a partir de la colonización y luego con la colonia misma, el europeo se apoderó de toda producción y fuente de poder, y se impuso al habitante americano a través de matanzas y arrasamientos de toda cultura nativa, deviniendo en una dominación no sólo física sino también ideológica-cultural, que propendió a naturalizar más y más tal dominación, de forma de entrar en una especie de loop de fortalecimiento y reproducción de concepciones de sumisión, dominación que se arrastran hasta el día de hoy. Resulta presumible que los lugares a los cuales se irá en busca de consumidores de pasta base serán barrios con poblaciones de bajos recursos, pero lo que resulta curioso, es que aquellos comandados a tal trabajo, es decir los policías, seguramente compartan la zona de residencia con los mismos, es decir objetivamente comparten un espacio en la estructura social, pero sin embargo no lo perciben así. 
“No por acaso, mantener, exasperar entre los explotados/dominados la percepción de esas diferenciadas situaciones, en relación con el trabajo, la raza y el género, ha sido y es un medio extremamente eficaz de los capitalistas para mantener el control del poder.” (Quijano, 2000). 
 La “internación compulsiva” atenta contra la propia voluntad, somete al cuerpo, y es aquí donde se define, según el autor, la relación de poder. 
Otro autor que creo opera en la misma línea que el primero, el cual incluso éste retoma, al menos en el entendido del avance del poder sobre la vida de las personas, es Michel Foucault. El autor plantea la idea del biopoder que se contrapone a la de poder del soberano, en éste último el soberano dejaba vivir y hacía morir, en tanto que el biopoder consiste en hacer vivir y dejar morir. Es decir, hay un control absoluto sobre la vida, y sobre cómo esta debe desarrollarse a través de la biopolítica. Todo pasa por la lógica biologisista. La sociedad a la que nos enfrentamos según el autor es a una sociedad de normalización es decir una sociedad donde el individuo se disciplina con centro en el cuerpo para volverlo útil y dócil, favoreciendo su individualización; y por otro lado regulando a la población. La disciplina y la regulación se estimulan y refuerzan mutuamente. La temática planteada da cuenta perfecta de este concepto. Al controlarse el consumo de pasta base, no se pretende controlar simplemente el mero consumo, sino los aspectos de la vida que el mismo afecta, pero no en el entendido altruista de velar por la salud de la ciudadanía, sino en términos de costos económicos, ya sea porque el consumidor de pasta base no produce todo lo que podría (como si produce el cocainómano que maneja una productora), o bien por los costos que significa el tratamiento que pueda precisar (que si consume pasta base, de seguro no podrá costear por sí sólo). Es así que el poder se manifiesta, en la regulación del comportamiento humano, de la vitalidad. La muerte en contra-parte supone el fin del poder. En extremo, no se muere cuando se quiere, sino cuando ya no hay nada productivo que ofrecer. La muerte es lo único que escapa al dominio del poder, la dominación termina con la muerte, la liberación empieza con la muerte. Siguiendo al autor podríamos decir que estos consumidores, implican para la sociedad un peligro biológico, son aquello que representa lo enfermo, lo violento, una amenaza para la subsistencia del otro no consumidor, no adicto, no compulsivo. Lo que permite la posibilidad de la muerte (no necesariamente física, si no política, social) es el racismo, pues éste discrimina a los seres humanos en base a ciertos atributos que contienen en sí mismos cargas valorativas que los hacen dignos o no, buenos o no, útiles o no, en fin, merecedores de su vitalidad, o mas bien decisores del fin de ésta. 
“Lo que hace la especificidad del racismo moderno no está ligado con mentalidades, con ideologías, con mentiras del poder, sino más bien con la técnica del poder, con la tecnología del poder. (...) El racismo esta pues ligado con el funcionamiento de un estado que esta obligado a valerse de la raza, de la eliminación de las razas o de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano. El funcionamiento, a través del biopoder, del viejo poder soberano del derecho de muerte, implica el funcionamiento, la instauración y la activación del racismo.” (Foucault, 1976). 
Por último un autor que considero adecuado es Gilles Deleuze el cual profundiza a Foucault en “Posdata sobre las sociedades de control”. Retomando la idea de lugares de encierro de Foucault y planteando el hecho de que éstos se encuentran en crisis, una crisis real que da cuenta del agotamiento de la sociedad disciplinaria, es que plantea un pasaje a la sociedad de control. Esta sociedad de control contiene en si misma a la sociedad disciplinaria, contiene su estática, sus moldes pero va mas allá consistiendo en modulaciones como un molde auto deformante. Lo puntual se cambia por lo lineal, es decir se asiste a un proceso continuo de control. Es esta continuidad la que nos lleva a la (auto)deformación, al propio condicionamiento que produce y reproduce el control (auto)impuesto. Mientras antes existía una relación individuo-masa determinada por la firma del individuo y un número que lo posicionaba en esa masa; ahora nos encontramos en una sociedad de “dividuos” y las masas se han vuelto en datos, mercados, estadísticas. Se prima entonces lo cuantitativo por sobre lo cualitativo, el significado se diluye, se genera un vacío conceptual que imposibilita toda critica. Me hace pensar a las personas como tomadores de opiniones ajenas que ni siquiera tienen una clara consistencia interna. Pienso en el marco contextual en el que se propone este tema, y me pregunto a qué intereses corresponde la “opinión publica” al respecto y de como esta se creó y se expandió sin mayor recelo. Es sólo cuestionando profundamente los cimientos sobre los que se erigen los controles sociales, que se podrá desentrañar a qué fines reales estos promueven. Es indispensable repensar todo planteamiento incluyéndose a uno mismo ya sea en el ámbito social más general, comunitario, académico, etc. Solo así los sustantivo de las medidas de control será visible y factible de volverse en anti-control.



Victoria Jorge es estudiante de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR.

No hay comentarios: