sábado, 15 de abril de 2017

Ejercicio Nº 23 - Genio

“Entonces Álvaro, ¿podrás tener estos documentos verificados para el lunes?” me preguntó Barros, mi jefe, desde la puerta y con la gabardina colgando del brazo. Por suerte me encontraba de espaldas a él, de manera que no podía ver ni mi palidez ni mis ojos como pelotas de ping-pong.
Esa pregunta, aparentemente inocente, era la invitación a cometer el error más importante de mi vida, sin mencionar algunos delitos penales. Para muchos, y más en este país, puede que eso fuera moneda corriente, pero en mi caso, que nunca tuve ni una multa de tránsito, esto se trataba de un asunto muy delicado.
Pero antes, dejame que te cuente cómo llegué a esta situación.

Desde que tengo uso de razón, mi familia -y más adelante mis amigos también- me han hecho el estupendo favor de decirme que soy un genio. Que sé leer y escribir desde mucho antes que los demás chicos, que aprendí inglés y alemán de manera autodidacta, que salvé todo el liceo sin estudiar, que en facultad de derecho leía una vez las cosas y ya me quedan, y como eso, otras tantas cosas. Hasta que en un momento, inconscientemente, les terminé creyendo. Pensándolo en retrospectiva, quizás ese fue el error más grande.

Terminada la facultad, conseguí un trabajo rutinario en el departamento legal de una empresa de mediano porte, con una buena paga y un horario reducido que me permitía dedicarme a mi pasión de aquel entonces: la música. Eso fue por unos años, hasta que conocí a mi esposa, que me transformó de aquel flaco de rulitos y guitarra bajo el brazo, en lo que soy ahora, un padre de familia, responsable, con una pequeña de 9 años que es lo que más quiero en el mundo.

Todo era sencillo y feliz hasta que sucedió algo sorpresivo, la empresa donde trabajé estos últimos 17 años cerró de la noche a la mañana. Las razones fueron las de siempre: el contador estaba arreglado con una de las dueñas, desfalco, dos pasajes a Bahamas y a tomar ron con coca en un colchón de dinero de la empresa.Yo lo tomé con mi característico buen humor, pensando que me haría bien el cambio de aire y que las empresas se pelearían para contratar a un cerebrito como yo.
Luego de un mes en el que apenas conseguí una entrevista para un trabajo esclavizante, por una paga que era la mitad de mi anterior sueldo, pensé que la mentada genialidad no se percibía en mi escueto curriculum.
Faltando una semana para el segundo mes de desempleo, confirmé mis sospechas: en estas casi dos décadas, el mundo había cambiado mucho, los delincuentes informáticos se aprovechan de los grandes vacíos legales mientras van apareciendo nuevas leyes, que todavía hacen agua por todos lados. Y yo que uso la computadora para bajar el correo y mirar series, me siento por fuera de todo eso como aro de barril.
Viendo que la búsqueda de trabajo se volvía más difícil, hice algunas llamadas y recurrí a algunos favores que me debían, hasta que logré una entrevista con Héctor Barros, gerente de legales del Citizens Bank. La entrevista fue una formalidad, ya que Barros es el mejor amigo del padre de mi cuñada. De más está decir que ni habrá leído mi curriculum, si es que siquiera se lo enviaron, pues mi fama de supuesto genio me precedía.

Así es como llegamos a esta situación, mes y medio después de dicha entrevista, con mi jefe pidiéndome que evalúe y ponga mi firma en unos documentos que hablan de temas que desconozco y citan leyes que jamás leí. Una coma mal puesta en una cláusula puede ser aprovechada por esas aves de rapiña y causarle al banco pérdidas de decenas de miles de dólares.
Las opciones son pocas: confesarle a Barros que tengo tanta idea de qué hablan estos papeles como puede tener mi hija, y perder mi trabajo. Ni gastarme en leerlo y firmarlo ciegamente, arriesgando no sólo mi trabajo sino también una pérdida de dinero para la empresa. O conseguir a un tercero que valide los documentos, teniendo que pasarle conocimiento del funcionamiento interno de la empresa, lo cual violaría los contratos de confidencialidad que firmé, sin mencionar que no sería nada barato y que tendría que seguir haciéndolo en el futuro.
En esa fracción de segundo imaginé en paralelo los resultados de esas acciones y sentí cómo el estómago se me revolvía. Cuando escuché que Barros empezaba a preguntarme de nuevo, pensando que no lo había escuchado, me armé de valor y le contesté, “Sí, tranquilo Héctor, el lunes a primera hora te tengo esto liquidado.”

Cuando escuché la puerta de mi oficina cerrarse, puse un poco de música, Richard Clayderman, que me ayuda a concentrarme, y le escribí un mensaje de texto a mi esposa “MI AMOR, TENGO QUE QUEDARME EN LA OFICINA HASTA TARDE… PROBABLEMENTE HASTA EL DOMINGO. TE LLAMO LUEGO.

Este “genio” tenía mucho que leer y aprender en las próximas 60 horas...




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