domingo, 30 de junio de 2013

La Combinación de Colores

Para quien me ha visto en persona algunas veces, o en fotos de cuerpo completo, no es ninguna novedad que soy un ateo de la combinación de colores. Incluso un amigo me ha llegado a preguntar si yo me visto en "me ca#& en la elegancia"... 
Sin embargo, como todo buen ateo, creo tener una justificación perfectamente razonable para mis no-creencias, y de eso se trata este post... 

Primero y más importante, el hecho de que uno le pregunta a un sujeto A, si esta prenda X combina con esta otra prenda Y, y sujeto A responda que Sí, mientras que la misma pregunta, al realizársela a un sujeto B responde No, nos hace notar un aspecto primordial de este tema: es bastante subjetivo. 

Lo cual nos lleva a mi segundo problema: como informático que soy, para entender algo necesito poder llevarlo a un ámbito muy concreto. En este caso, dado que es la combinación de dos entidades, la manera más eficaz es una tabla. Lo cual es algo imposible, pero no sólo por lo dicho anteriormente, sino también porque aparentemente, hay muchos más que 16 colores, y poder mapear esa cantidad de colores a lo que realmente percibimos con los ojos, es muy difícil.

De todas maneras, creo que la veta que más me enerva de este tema, es cuando se habla de la audacia de un sujeto para combinar dos colores "que no son muy combinables"..... WTF? es decir, dónde está la delgada línea entre el rídiculo y la audacia? 

Una constante crítica que se nos hace a la gente crítica (valga la redundancia) es que nos quejamos sin aportar soluciones. Es por eso que quiero compartir ciertas reglas que utilizo, las cuales pueden ser consideradas transgresoras por la mayoría, pero que para mi tienen sentido.

Regla #1: Reflexividad
Todo color combina consigo mismo.

Regla #2: Simetría
Si color A combina con color B, entonces B combina con A.

Regla #3: Transitiva
Si los colores A y B combinan, y los colores B y C combinan, entonces A y C también combinan.

Regla #4: Los chinos no se equivocan
Si en China fabrican una corbata que en sí misma, como objeto indivisible, tiene los colores A y B, entonces automáticamente dichos colores combinan (porque dicho chino los hizo combinar) y por ende, puedo usar dicha corbata con una camisa color A y un pantalón color B.


Este tema podría ser el puntapié inicial para otros temas relacionados, como ser la elegancia, los tipos de ropa y cuando es apropiado usar uno u otro, pero probablemente no los desarrolle en un futuro cercano (léase, esta encarnación).

Miliv out.



Drogas - ¿Regulación?

Una vez más, el staff de Dado de Tres se complace en recibir un post invitado. En esta ocasión, mi querida amiga Vicky Jorge comparte con nosotros un trabajo que realizó para su facultad, con el cual uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero que sin duda abre la cancha para la reflexión.


El tema que desarrollaré para este trabajo es el de la “internación compulsiva” de los adictos a la pasta base. Hay varias preguntas que se me presentan al leer esta noticia, primeramente me cuestiono qué busca realmente la implementación de esta propuesta, y del por qué surge. Es decir ¿busca atender una problemática real, ficticia o una conjunción maquiavélica de ambas?, ¿cuáles son las razones que han llevado a pensar en tal “solución”?, ¿es en todo caso una “solución”? ¿a qué precisamente?. 
Parecemos atender a una solución para un problema al cual personalmente cuestiono que sea tal. Es decir, por supuesto no pretenderé que el consumo de pasta base no existe, pero me pregunto si cuando se busca hacer algo al respecto, se busca “arreglar” un problema en verdad. No sería más serio preguntarse acaso ¿si el consumo de pasta base es un problema en sí mismo? Según la televisión me atrevería a decir que sí, pero justamente por esto es que pienso que no. ¿No valdría la pena repensar críticamente lo que realmente se busca controlar?. Por qué este control es “necesario”, y si así lo fuera, por qué es más urgente que otros, por qué nos preocupa este consumo en particular, por qué no discutimos el consumo de alcohol (el cual se menciona, pero que de hecho ya está legislado y el cual ocasiona muchas más muertes por ejemplo en accidentes de transito). 
¿Podría quizás derivarse en que nos interesa o nos preocupa el consumo compulsivo en general? O si se consumen bienes lícitos o no tanto, pero que devienen en la mantención de la producción entonces no es un problema. Por ejemplo, en el ámbito de las producciones publicitarias es sabido que el consumo de cocaína es la norma (basta pensar en que son 20 horas de trabajo de corrido o más, para darse cuenta) sin embargo no imagino a la policía irrumpiendo en un rodaje para internar compulsivamente a nadie, es acaso que el consumidor de pasta base al serlo deja de ser capaz de otro consumo no tan “repudiable” y claro productivo. El decir por ejemplo que lo que se busca es que la persona bajo la influencia de esta droga no lastime a nadie ni a si mismo, ¿es real?. La agresividad es por tanto propia sólo, o especialmente de estos consumidores, o más aún deviene de este consumo, o el consumo al fin y al cabo es producto de la frustración por ejemplo de vivir en una sociedad de “consumo” en donde el propio está acotado por razones exteriores, impensables de modificar. ¿Nos interesa realmente tanto el “otro”? ¿Nos quita el sueño que no se haga daño? ¿Que sea feliz? ¿Internar compulsivamente supone entonces erradicar la cuestión que lleva a las personas a consumir en primera instancia? ¿Qué se castiga aquí?. Será acaso el consumo de drogas, o más bien, el consumo de cierta droga, llevada adelante por cierta población (me atrevo a decir: pobre) que no tiene medios para consumir otra más “elegante”; que no tiene posibilidad de conseguir una receta verde; que no asiste a Facultad y entonces el fumar marihuana no atiende al ocio sano o al descanso del estudio, sino a la consumación de su perversión. Para esclarecer esta problemática considero a autores, que a mi entender pueden ser o bien complementarios entre sí, o bien para con la temática. 
En primera instancia pienso en Giorgio Agamben y su teoría sobre el estado de excepción, es decir un estado en donde prima el hecho político por sobre lo jurídico. Donde se deja de lado la constitucionalidad y se da paso a medidas de emergencia que avasallan el derecho público y las libertades personales, claro que con el supuesto fin de un mayor bien común. Aquí se me presentan varios disparadores, por un lado, cómo en lo discursivo se plantea este tipo de medidas (y este caso no es la excepción), como un bien común, y sobre todo un bien para aquél al que de hecho se va a avasallar, lo más terrible de esto, es que no genere una inmediata subversión al respecto e incluso que haya personas que crean que tal acción sólo busca lo que dice buscar. Esto nos habla de cómo (citando el teorema de Thomas), “si creemos que las situaciones son tales, éstas son reales en sus consecuencias”. Y de cómo el momento en que surgen tales proposiciones no es azaroso, sino que al contrario es mentado y tiene una vasta amortiguación de internalización del control, que permite que se aplique sin mayor revuelo. Es incluso reclamada tal intervención por los conciudadanos que se sienten (no sin un buen y efectivo trabajo de marketing) amenazados por estos consumidores. Es increíble como además la elección de la terminología usada (“internación compulsiva”) reafirma aún más tal situación, pues se reafirma en sí misma. Hay una parte del texto en que refiere a que la elección de la terminología jamás es neutral, y a esto es que me refiero, se encadenan y refuerzan la serie de concepciones de las que parte; lo compulsivo hace referencia a algo irresistible, obsesivo, y por tanto negativo, malo, feo, y la internación viene a quitar esto peligroso, perjudicial, de la vía pública, para que nosotros, ciudadanos de bien, que nada tenemos que ver con estos enfermos sociales, podamos estar tranquilos. ¿No es esta, una distinguida forma de hacer “desaparceer”, de eliminar físicamente (aunque sea de forma intermitente) a aquellos que no se integran de forma “saludable” al resto de la sociedad? 
Es un sentimiento de extrañeza tal que se despierta en el común de la sociedad a estas cuestiones, que el vernos en tal situación nos resulta imposible, y esto opera como otro refuerzo para la aceptación de tales medidas, en la incapacidad de vernos como reflejo del otro, perdemos toda posibilidad de empatía y (auto)crítica. 
Cabe reflexionar acerca de qué cualidades cumplen aquellos a los que podrían identificarse como posibles consumidores, es oportuno pensar por dónde se buscaría a los mismos, por dónde las autoridades pertinentes (pero temo no adecuadas) harán sus rondas, qué lugares se elegirán, que personas se distinguirán o mejor dicho, se discriminarán. A este respecto, primeramente considero que Anibal Quijano puede resultar esclarecedor. Este autor si bien parte de la contraposición epistemológica con el anterior, ya que pretende romper con el eurocentrismo, entendido como una forma hegemónica de concebir la realidad y por tanto la teoría, creo que puede colaborar a desentrañar lo que lleva a la legitimación de la discriminación de ciertas personas en tanto portadoras de ciertos atributos biológicos o construidos histórica y culturalmente. Quijano parte de la idea de colonialidad, es decir de cómo a partir de la colonización y luego con la colonia misma, el europeo se apoderó de toda producción y fuente de poder, y se impuso al habitante americano a través de matanzas y arrasamientos de toda cultura nativa, deviniendo en una dominación no sólo física sino también ideológica-cultural, que propendió a naturalizar más y más tal dominación, de forma de entrar en una especie de loop de fortalecimiento y reproducción de concepciones de sumisión, dominación que se arrastran hasta el día de hoy. Resulta presumible que los lugares a los cuales se irá en busca de consumidores de pasta base serán barrios con poblaciones de bajos recursos, pero lo que resulta curioso, es que aquellos comandados a tal trabajo, es decir los policías, seguramente compartan la zona de residencia con los mismos, es decir objetivamente comparten un espacio en la estructura social, pero sin embargo no lo perciben así. 
“No por acaso, mantener, exasperar entre los explotados/dominados la percepción de esas diferenciadas situaciones, en relación con el trabajo, la raza y el género, ha sido y es un medio extremamente eficaz de los capitalistas para mantener el control del poder.” (Quijano, 2000). 
 La “internación compulsiva” atenta contra la propia voluntad, somete al cuerpo, y es aquí donde se define, según el autor, la relación de poder. 
Otro autor que creo opera en la misma línea que el primero, el cual incluso éste retoma, al menos en el entendido del avance del poder sobre la vida de las personas, es Michel Foucault. El autor plantea la idea del biopoder que se contrapone a la de poder del soberano, en éste último el soberano dejaba vivir y hacía morir, en tanto que el biopoder consiste en hacer vivir y dejar morir. Es decir, hay un control absoluto sobre la vida, y sobre cómo esta debe desarrollarse a través de la biopolítica. Todo pasa por la lógica biologisista. La sociedad a la que nos enfrentamos según el autor es a una sociedad de normalización es decir una sociedad donde el individuo se disciplina con centro en el cuerpo para volverlo útil y dócil, favoreciendo su individualización; y por otro lado regulando a la población. La disciplina y la regulación se estimulan y refuerzan mutuamente. La temática planteada da cuenta perfecta de este concepto. Al controlarse el consumo de pasta base, no se pretende controlar simplemente el mero consumo, sino los aspectos de la vida que el mismo afecta, pero no en el entendido altruista de velar por la salud de la ciudadanía, sino en términos de costos económicos, ya sea porque el consumidor de pasta base no produce todo lo que podría (como si produce el cocainómano que maneja una productora), o bien por los costos que significa el tratamiento que pueda precisar (que si consume pasta base, de seguro no podrá costear por sí sólo). Es así que el poder se manifiesta, en la regulación del comportamiento humano, de la vitalidad. La muerte en contra-parte supone el fin del poder. En extremo, no se muere cuando se quiere, sino cuando ya no hay nada productivo que ofrecer. La muerte es lo único que escapa al dominio del poder, la dominación termina con la muerte, la liberación empieza con la muerte. Siguiendo al autor podríamos decir que estos consumidores, implican para la sociedad un peligro biológico, son aquello que representa lo enfermo, lo violento, una amenaza para la subsistencia del otro no consumidor, no adicto, no compulsivo. Lo que permite la posibilidad de la muerte (no necesariamente física, si no política, social) es el racismo, pues éste discrimina a los seres humanos en base a ciertos atributos que contienen en sí mismos cargas valorativas que los hacen dignos o no, buenos o no, útiles o no, en fin, merecedores de su vitalidad, o mas bien decisores del fin de ésta. 
“Lo que hace la especificidad del racismo moderno no está ligado con mentalidades, con ideologías, con mentiras del poder, sino más bien con la técnica del poder, con la tecnología del poder. (...) El racismo esta pues ligado con el funcionamiento de un estado que esta obligado a valerse de la raza, de la eliminación de las razas o de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano. El funcionamiento, a través del biopoder, del viejo poder soberano del derecho de muerte, implica el funcionamiento, la instauración y la activación del racismo.” (Foucault, 1976). 
Por último un autor que considero adecuado es Gilles Deleuze el cual profundiza a Foucault en “Posdata sobre las sociedades de control”. Retomando la idea de lugares de encierro de Foucault y planteando el hecho de que éstos se encuentran en crisis, una crisis real que da cuenta del agotamiento de la sociedad disciplinaria, es que plantea un pasaje a la sociedad de control. Esta sociedad de control contiene en si misma a la sociedad disciplinaria, contiene su estática, sus moldes pero va mas allá consistiendo en modulaciones como un molde auto deformante. Lo puntual se cambia por lo lineal, es decir se asiste a un proceso continuo de control. Es esta continuidad la que nos lleva a la (auto)deformación, al propio condicionamiento que produce y reproduce el control (auto)impuesto. Mientras antes existía una relación individuo-masa determinada por la firma del individuo y un número que lo posicionaba en esa masa; ahora nos encontramos en una sociedad de “dividuos” y las masas se han vuelto en datos, mercados, estadísticas. Se prima entonces lo cuantitativo por sobre lo cualitativo, el significado se diluye, se genera un vacío conceptual que imposibilita toda critica. Me hace pensar a las personas como tomadores de opiniones ajenas que ni siquiera tienen una clara consistencia interna. Pienso en el marco contextual en el que se propone este tema, y me pregunto a qué intereses corresponde la “opinión publica” al respecto y de como esta se creó y se expandió sin mayor recelo. Es sólo cuestionando profundamente los cimientos sobre los que se erigen los controles sociales, que se podrá desentrañar a qué fines reales estos promueven. Es indispensable repensar todo planteamiento incluyéndose a uno mismo ya sea en el ámbito social más general, comunitario, académico, etc. Solo así los sustantivo de las medidas de control será visible y factible de volverse en anti-control.



Victoria Jorge es estudiante de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR.

domingo, 2 de junio de 2013

Qué fácil sería...

Es muy probable que la mayoría de las personas, por una u otra razón, en algún momento hayan pensado "qué fácil sería XXXX si todo el mundo YYYY". Ahora en Montevideo, por ejemplo, se está haciendo una especie de campaña de concientización acerca de la limpieza. Uno aquí podría estar tentado a pensar: qué fácil sería tener una ciudad limpia, si nadie la ensuciara. 

Bueno, ya sólo eso, no es tan fácil, porque requiere un mínimo de consciencia social y de pulcritud, que mucha gente simplemente no tiene. O que lo tiene, pero sesgado: se queja de los que tiran papeles en la calle y muy congruentemente, no tira papeles en la calle, sin embargo, sí permite que su perro deje regalitos para que los pedestres practiquen su atención al caminar por la vereda. 

Pero este post no se trata de consciencia social, ya tuve mi etapa de activista anti-ensuciadores, y ahora estoy más tranquilo. No, este post es más bien acerca de las relaciones humanas, ya que (lamentablemente?) vivimos en sociedad y debemos interrelacionarnos con otros seres (humanos?) por diferentes motivos y con distintos fines. 

Un autor que recomiendo* y estimo muchísimo, Randy Pausch, mayoritariamente conocido por su Última Lección (*recomiendo quiere decir que hagas click en el textito de color diferente, y veas ese tremendo video y leas sobre este hombre genial), una vez dijo que si tuviera sólo tres palabras para dar un consejo, él diría: "dí la verdad", y luego agregó, que si tuviera tres palabras más, añadiría "todo el tiempo".

Y así como bobeando, este hombre nos dio La clave de las relaciones humanas. Como uno puede soñar, muchas veces he pensado, qué fácil serían todas las relaciones humanas, si uno siempre dijera toda la verdad y nada más (y nada menos) que la verdad. Lógicamente esto no es algo muy fácil de conseguir, pero tampoco es taaaan complicado (ven? ni siquiera pasó un párrafo y ya no estoy diciendo la verdad). De todas maneras, aunque sí es muy complicado, en lo que es costo/beneficio, es muy conveniente. 

Imagínense toda esa gente que por una u otra razón no nos cae en gracia, y día tras día tenemos que hacer un esfuerzo (en gente como yo un Gran esfuerzo) por tratar, a veces más de lo mínimo indispensable. Qué fácil sería si pudiéramos decirle con sinceridad y sin agresividad, que no nos cae bien, y que queremos tratar con ella lo menos posible. Podríamos tener una sana distancia, sin tener que estar siendo falsos.

Quizás ese no sea un muy buen ejemplo, pero aquí viene uno mejor. Imagínense que conocen una persona que les gusta y que no terminan de descifrar qué piensa/siente/opina la otra persona sobre ustedes. No sería todo muchísimo más fácil si simplemente pudiéramos Decirle exactamente lo que sentimos/pensamos, y Preguntarle lo mismo? (a todos los que piensan que de esta manera "perdería la gracia", favor presionar la tecla Alt y sin soltarla, apretar F4) 
Porque al no preguntar, no sabemos con certeza, y entramos en el pesadillesco mundo de las conjeturas y las suposiciones en el que todos hemos estado... o como yo, que no solo hemos estado, sino que vivimos ahí, tenemos acceso VIP, nuestro propio sillón, etc.

Ojo, esto también es válido para las parejas. O acaso no es típico que uno le pregunte al otro "Qué te pasa?" y el otro responda "Nada" cuando en realidad le pasan tantas cosas que ni sabe por dónde empezar?
Y así se van acumulando "nadas" hasta que un día revienta, y luego ya no hay vuelta atrás.

Alguno me dirá "pero Miliv, si siempre dijéramos la verdad pura y dura, heriríamos muchas susceptibilidades, y terminaría siendo peor". Mirá Alguno, para mi, hay muchas veces que se puede decir la verdad sin herir (es un arte...), y hay otras pocas veces que no, pero que igual valdría la pena, de nuevo, por lo que ganamos. 

Lo que sí reconozco, es que hay bastantes veces en que ni siquiera nosotros sabemos diáfanamente lo que pensamos o sentimos (che, habría que inventar una palabra para esta combinación, porque es embolante escribir ambas cada vez... pentimos les gusta? sensamos?) y creo que es por diferentes razones. A veces puede ser porque nos engañamos a nosotros mismos, quizás porque no queremos admitir ciertas cosas de nosotros que nos disgustan, u otras veces puede ser porque no reflexionamos profunda ni tampoco superficialmente sobre las cosas, y simplemente las evaluamos de manera automática, por reflejo, y nunca nos tomamos la molestia de cambiar dicha evaluación. Y evidentemente, si nosotros no sabemos lo que pentimos, jamás podremos comunicárselo a otro...

Ojala algún día todo esto sea posible... de mientras, los espero en la barra de conjetulandia. 

Abrazo.

Miliv out