domingo, 18 de junio de 2017

Mejora de WhatsApp Web

Buenas pipols! 
DadoDeTres sigue vivo, increíblemente...

Vamos al meollo del asunto. En el título prometí una mejora al WhatsApp Web (de aquí en más, WAW), pero hay gente que no sabe qué es eso, así que empecemos por el principio.
WAW es WhatsApp en tu compu en vez de en el cel. Así de fácil, así de genial.
Es cuestión de entrar acá:
https://web.whatsapp.com/
Y seguir las instrucciones (léase, entrar a WhatsApp desde el cel, ir a la página principal que tiene todos los chats, tocar el botón con los "..." verticales, y luego "WhatsApp Web". Apretar el botón + arriba a la derecha, y scannear el código de barras 2D que aparece en la web)

Bueno, ahora que tenemos WAW, puede que hayas notado con cierto enfado (y si no lo notaste, ahora lo vas a notar y te va a enfadar) que el ícono y el título cambia incluso cuando el mensaje que te llega es de un grupo silenciado (valga la redundancia, ya que tener un grupo no silenciado es algo bastante extraño). 
Ahí es exactamente donde empieza la magia. Los monitos picacódigo de las oficinas de DadoDeTres han desarrollado un script (léase, una magia) que hace que WAW sólo te ponga el ícono de la cantidad de mensaje sin leer no-silenciados que tengas.

Ahora bien, para poder instalar esta magia, se necesita hacer lo siguiente.

1) Instalar el complemento TamperMonkey:

Chrome:
https://chrome.google.com/webstore/detail/tampermonkey/dhdgffkkebhmkfjojejmpbldmpobfkfo
Firefox:
https://addons.mozilla.org/es/firefox/addon/tampermonkey/
Internet Explorer:
En serio usas Internet Explorer?

2) Luego de instalarlo, aparecerá un iconito negro con dos círculos blancos, el logo de TamperMonkey. Clickear ahí y entrar a "Create a new script..."

3) Eso te entrará a una página con un "editor de código", con unos cachos de código raro pre-escrito. Borrá todo eso, y pegale el contenido de esta página:
https://gitlab.com/Miliv/WhatsAppWebUnreadCountImprovement/raw/master/WhatsAppWebUnreadCountImprovement.js

4) Dale al diskettito, y listo!

5) Listo no, si tenías WAW abierto tenes que darle F5 para que recargue.


Para aquellos que lo hagan, notaran que el ícono en vez de ser verde ahora es medio marroncito/naranja. En un futuro voy a hacerlos de más colores, pero ese me gustó por ahora.

Cualquier duda pongan en los comentarios y Dios proveerá (o yo si Él está ocupado)

Salutes!

sábado, 15 de abril de 2017

Ejercicio Nº 23 - Genio

“Entonces Álvaro, ¿podrás tener estos documentos verificados para el lunes?” me preguntó Barros, mi jefe, desde la puerta y con la gabardina colgando del brazo. Por suerte me encontraba de espaldas a él, de manera que no podía ver ni mi palidez ni mis ojos como pelotas de ping-pong.
Esa pregunta, aparentemente inocente, era la invitación a cometer el error más importante de mi vida, sin mencionar algunos delitos penales. Para muchos, y más en este país, puede que eso fuera moneda corriente, pero en mi caso, que nunca tuve ni una multa de tránsito, esto se trataba de un asunto muy delicado.
Pero antes, dejame que te cuente cómo llegué a esta situación.

Desde que tengo uso de razón, mi familia -y más adelante mis amigos también- me han hecho el estupendo favor de decirme que soy un genio. Que sé leer y escribir desde mucho antes que los demás chicos, que aprendí inglés y alemán de manera autodidacta, que salvé todo el liceo sin estudiar, que en facultad de derecho leía una vez las cosas y ya me quedan, y como eso, otras tantas cosas. Hasta que en un momento, inconscientemente, les terminé creyendo. Pensándolo en retrospectiva, quizás ese fue el error más grande.

Terminada la facultad, conseguí un trabajo rutinario en el departamento legal de una empresa de mediano porte, con una buena paga y un horario reducido que me permitía dedicarme a mi pasión de aquel entonces: la música. Eso fue por unos años, hasta que conocí a mi esposa, que me transformó de aquel flaco de rulitos y guitarra bajo el brazo, en lo que soy ahora, un padre de familia, responsable, con una pequeña de 9 años que es lo que más quiero en el mundo.

Todo era sencillo y feliz hasta que sucedió algo sorpresivo, la empresa donde trabajé estos últimos 17 años cerró de la noche a la mañana. Las razones fueron las de siempre: el contador estaba arreglado con una de las dueñas, desfalco, dos pasajes a Bahamas y a tomar ron con coca en un colchón de dinero de la empresa.Yo lo tomé con mi característico buen humor, pensando que me haría bien el cambio de aire y que las empresas se pelearían para contratar a un cerebrito como yo.
Luego de un mes en el que apenas conseguí una entrevista para un trabajo esclavizante, por una paga que era la mitad de mi anterior sueldo, pensé que la mentada genialidad no se percibía en mi escueto curriculum.
Faltando una semana para el segundo mes de desempleo, confirmé mis sospechas: en estas casi dos décadas, el mundo había cambiado mucho, los delincuentes informáticos se aprovechan de los grandes vacíos legales mientras van apareciendo nuevas leyes, que todavía hacen agua por todos lados. Y yo que uso la computadora para bajar el correo y mirar series, me siento por fuera de todo eso como aro de barril.
Viendo que la búsqueda de trabajo se volvía más difícil, hice algunas llamadas y recurrí a algunos favores que me debían, hasta que logré una entrevista con Héctor Barros, gerente de legales del Citizens Bank. La entrevista fue una formalidad, ya que Barros es el mejor amigo del padre de mi cuñada. De más está decir que ni habrá leído mi curriculum, si es que siquiera se lo enviaron, pues mi fama de supuesto genio me precedía.

Así es como llegamos a esta situación, mes y medio después de dicha entrevista, con mi jefe pidiéndome que evalúe y ponga mi firma en unos documentos que hablan de temas que desconozco y citan leyes que jamás leí. Una coma mal puesta en una cláusula puede ser aprovechada por esas aves de rapiña y causarle al banco pérdidas de decenas de miles de dólares.
Las opciones son pocas: confesarle a Barros que tengo tanta idea de qué hablan estos papeles como puede tener mi hija, y perder mi trabajo. Ni gastarme en leerlo y firmarlo ciegamente, arriesgando no sólo mi trabajo sino también una pérdida de dinero para la empresa. O conseguir a un tercero que valide los documentos, teniendo que pasarle conocimiento del funcionamiento interno de la empresa, lo cual violaría los contratos de confidencialidad que firmé, sin mencionar que no sería nada barato y que tendría que seguir haciéndolo en el futuro.
En esa fracción de segundo imaginé en paralelo los resultados de esas acciones y sentí cómo el estómago se me revolvía. Cuando escuché que Barros empezaba a preguntarme de nuevo, pensando que no lo había escuchado, me armé de valor y le contesté, “Sí, tranquilo Héctor, el lunes a primera hora te tengo esto liquidado.”

Cuando escuché la puerta de mi oficina cerrarse, puse un poco de música, Richard Clayderman, que me ayuda a concentrarme, y le escribí un mensaje de texto a mi esposa “MI AMOR, TENGO QUE QUEDARME EN LA OFICINA HASTA TARDE… PROBABLEMENTE HASTA EL DOMINGO. TE LLAMO LUEGO.

Este “genio” tenía mucho que leer y aprender en las próximas 60 horas...




jueves, 6 de abril de 2017

Ejercicio Nº 12 - Lugar y Tiempo

Clark caminaba rápido pero inseguro. Los bancos de depositar dinero hacía varias horas que habían cerrado, pero por suerte los de depositar las nalgas estaban funcionando, por lo que eligió uno cerca de una farola y se sentó en él. Aún faltaban unos diez minutos para que llegase su cita, por lo que esperó intranquilo, mirando a un lado, a su reloj y al otro lado. La persona con la que se iba a encontrar era una mujer, pero sus nervios no eran porque era ese tipo de cita, sino porque esta tal Natasha era la única persona que de momento podía ayudarle a encontrar a su hija adolescente, que faltaba de su casa desde hace seis días. Mientras esperaba, su paranoia le hacía sentir que todos los que pasaban por ahí lo observaban. Hasta el perro que olfateaba en el cantero a su lado parecía estarlo olfateando a él.
De repente, escuchó detrás de él una voz femenina, grave, como de locutora de radio. “Disimulá. Quedate callado y mirando hacia delante como si nada.” Luego, la mujer se sentó en la otra mitad del banco, y mirando de reojo vio que ella comenzó a pelar una manzana, con total naturalidad. “¿Qué t-?” comenzó a preguntar Clark, quien fue interrumpido con un “Shh.” cortito de la mujer. “Cuando me levante, voy a dejar en el banco un sobre con todas las indicaciones.” se limitó a agregar.  
La parsimonia con la que ella comía su manzana, sumada a la impaciencia y curiosidad de Clark, hizo que no se aguantara más y girara su cabeza a la derecha, mirando directamente a la mujer. En seguida se arrepintió. No por la reacción de la mujer, que apenas encorvó sarcásticamente el labio superior derecho, sino por su mirada… Natasha tenía una condición llamada corectopia en el ojo izquierdo, es decir, que la pupila de ese ojo estaba apenas desviada del centro. Ese milímetro de diferencia le confería una mirada perturbadora, nada cómoda de sostener, pero intrigante a la vez. Por suerte el farol más cercano se encontraba detrás de ella, lo que dejaba esos inquietantes ojos en penumbras, pero no las suficientes como para ahorrarle a Clark la tragada inconsciente de saliva.
Natasha dio un último bocado a su cena, la cual masticó ruidosamente y luego arrojó lo restante a las flores del cantero. Se limpió la boca con el dorso de su mano, y sin mediar ni palabra ni gesto, se levantó y se fue, perdiéndose entre las sombras. Clark en seguida se abalanzó hacia el sobre que ahora ocupaba el lugar de la mujer, extrajo la carta que había dentro, escrita en máquina de escribir, y comenzó a leer:
“Querido papá, antes que nada, te pido mil perdones por todo lo que está sucediendo…”

Ejercicio Nº 21 - Desesperada

Hola, mi nombre es Ellie Dale y no estaría recurriendo a ti si tuviera alguna otra opción, alguna otra puerta que golpear. Pero no la tengo. Estoy completamente desesper…

Pausa. La imagen de Ellie, de unos 15 años, queda en primer plano, estática.
“Así comienza el video de YouTube que se ha vuelto viral, y que en sólo dos semanas ha alcanzado las 350.000 reproducciones.” comenta Thomas Bennet, reportero del noticiero del horario central de Canal 6. “Les pido que presten mucha atención al pedido de colaboración de esta pobre niña, porque quizás alguno de ustedes pueda ayudarla.”

Play.

...ada.  Antes de continuar, quisiera contarte mi historia desde el principio.
Todo comenzó como por casualidad, en mi cumpleaños de 13 años. Desde hacía meses les pedía a mis padres para ir a cenar a La ruleta del sabor, un restaurante muy conocido, y muy caro, en Downtown, Los Ángeles, mi cuidad natal. Lo especial de ese lugar, es que puedes probar comidas de lo más exóticas, de unos 30 países diferentes. Y yo que nunca había salido de California, me moría de ganas de ir. Busqué varias maneras de convencerlos, hasta que lo logré diciéndoles que ése sería mi regalo de cumpleaños. Siendo que mi familia no es muy pudiente, ir allí suponía todo un gasto.
El hecho es que fuimos los tres a almorzar, comimos comidas riquísimas y extrañas, de distintos lugares, y mientras elegíamos qué comer de postre, probé unos lichis, una fruta típica de China, muy sabrosa. Cuando estaba por el tercero, sentí que mi lengua crecía y se sentía pastosa. Al cabo de 20 segundos, mi cara estaba hinchada y toda brotada. Tuvieron que llevarme de urgencia al hospital, donde me diagnosticaron una severa reacción alérgica. Y es aquí donde comienza todo.
Mientras mi padre hacía los trámites de internación, estando sólo con mi madre en la habitación, entra el doctor y le pregunta a ella o su marido también son alérgicos, porque estas enfermedades son genéticas, o hereditarias, algo así. En eso mi madre rompe en llanto y se remite a decir “No lo sé. No lo sé.” Nos miramos extrañados con el doctor, mi madre corre a abrazarme y sollozando me dice “No sabemos si tus padres son alérgicos, porque no sabemos nada de ellos. Nosotros no somos tus padres biológicos. Tu sus adoptada.”

Sus palabras fueron con una piña en el estómago y sentí que estaba a punto de vomitar. En eso entra mi padre, ve esta escena y antes de que piense lo peor, el doctor se le acerca y le dice algo al oído, entonces viene corriendo y se une al abrazo, también llorando.
Cuando esa misma noche volvimos a casa, les pedí que me contaran toda la verdad. Sus explicaciones fueron más bien vagas y centradas en ellos: en sus problemas para concebir, en cómo lo vivieron a nivel emocional, en los problemas legales que implica una adopción, pero nada de lo que a mí realmente me importaba, quiénes son mis padres biológicos. Insistiéndoles en ello, sólo logré enterarme de que mi madre biológica era una madre soltera, lo cual reducía mi búsqueda a la mitad, al menos en principio. Viendo que mi investigación no prosperaba, decidí dejar de presionarlos, porque con lo tercos que son, sabía que no me dirían nada más. De ahí en más decidí fingir desinterés frente a ellos.

Dos semanas después, un día en el que sabía que mis dos padres estarían trabajando fuera de casa por varias horas, invité a mi mejor amigo Colin -a quien puse al tanto de toda la situación desde el día uno- y juntos registramos la casa de arriba abajo, en busca de cualquier pista que nos fuera útil. Luego de navegar durante horas entre recibos, facturas, fotos de Raquel Welch con escasa ropa y cartas de algún novio de mi madre de la secundaria, encontramos una especie de “contrato” de una agencia de adopción. El padre de Colin es abogado, por lo que él alguna noción de terminología legal tiene, y me dijo que como contrato era una vergüenza, que parecía más un comprobante. Pero no me importó, porque tenía el nombre de la agencia: Thuner LLP, ubicada en Sierra Madre, California.

Dedicamos diez días a recabar la mayor cantidad de información posible de la agencia, mayoritariamente por Internet. Para ser franca, no descubrimos demasiado. Es una empresa pequeña, que roza la clandestinidad, con fama de no hacer demasiadas preguntas a ninguna de las dos partes involucradas. Lo que en por otras vías demora entre meses y años, en Thuner lo consigues en semanas, o un par de meses a lo sumo. Como esto no fue muy útil, ahorré mis mesadas de dos meses y nos compré dos pasajes de bus a Sierra Madre. Una vez allí conseguimos hablar personalmente con William Thuner y su secretaria Linda, únicos empleados de la agencia. Thuner era un hueso duro de roer, que fingiendo profesionalismo alegó que lo que queríamos era información confidencial. Sin embargo, en el escritorio de Linda vimos una foto de su familia, entonces decidimos esperar a que finalizara su horario laboral y hablar con ella fuera de la oficina. Luego de un café, algunas lágrimas y algo de manipulación sensiblera hablándole de sus propios hijos, logramos la promesa de que el siguiente lunes nos enviaría por email el nombre y una foto escaneada de mi madre.

Ese lunes nos escapamos de clase y pasamos toda la mañana en la biblioteca, esperando el tan deseado email. Linda cumplió con su palabra de manera excelente y a las 9:45 tenía en mi bandeja de entrada un email suyo. Ni bien lo leí, sentí una vez más la sensación de llegar a un callejón sin salida. El nombre que mi madre biológica había dado a la agencia era claramente falso: Catherine Zeta-Jones. Suponíamos que la fotografía era legítima, aunque sin un nombre, era difícil darle utilidad. Pasamos unos días probando con algunos softwares de alteración de imagen, tratando de ver cómo se vería “Catherine” con 13 años más, y luego haciendo búsquedas reversas de imágenes, tanto con la foto original como con la alterada, a ver si aparecía algún perfil en alguna red social o algo. Nada. Otro callejón sin salida.

Dejé pasar unos meses, porque el tema me estaba absorbiendo y se estaba empezando a notar en el rendimiento en mis estudios, aunque todos los días dedicaba al menos unos minutos en pensar cómo encontrarla. Confieso que esos minutos a veces se convertían en horas. En determinado momento me di cuenta de que nosotros dos solos nunca podríamos encontrarla, que necesitábamos más gente. Mucha gente. Fue ahí cuando decidí ir a la policía con la historia de que mi tía esquizofrénica se había escapado de casa, con la intención de que hicieran circular su fotografía. La idea funcionó medianamente bien, porque vimos la foto en algún que otro supermercado, pero no dio ningún fruto.

Es por eso que no se nos ocurrió nada más que grabar este video y pedir que si alguien reconoce a la mujer de esta fotografía, por favor se contacte conmigo. Y si no la conocen, por favor compartan el video, háganlo circular, hasta que lleguemos a localizar a mi madre. Muchas gracias.

Stop.


martes, 28 de marzo de 2017

Ejercicio Nº 20 - Dunn Rury

Habiendo pasado una hora del atardecer de aquel sábado de primavera, existían sólo tres cosas que Dunn Rury podía estar haciendo en ese momento: leyendo, tomando whisky, o cocinando alguna de sus bebidas caseras, siendo hidromiel y cerveza sus preferidas. En esta oportunidad, estaba haciendo las tres a la vez: leyendo El origen de Excalibur, con un vaso de un single malt de 18 años envejecido en barricas de cerezo en su mesita de lectura, mientras esperaba que hirviera una mezcla de hidromiel con eucalipto.

Rury, que había nacido y vivido toda su vida en un pequeño pueblo de Escocia, tenía a la sazón 75 años. Desde los 14 se había dedicado a la herrería, primero como ayudante de su padre, y luego de que éste falleciera, había continuado con el negocio familiar, fundado cinco generaciones atrás. El secreto de la excelente calidad de los productos Rury radicaba en la inclusión de distintos tipos de hierros (en porcentajes que sólo ellos conocían), traídos de diversas partes del país. Desde que enviudó de su esposa hace tres años, era cada vez menos el tiempo que dedicaba a su profesión. Aunque hay que reconocer que no sólo la falta de entusiasmo era la razón, desde las grandes ciudades provenían herramientas y utensilios creados industrialmente que, aunque de peor calidad, tenían un precio bastante inferior. Es por eso que más que nada realizaba encargos puntuales o muy personalizados.

Los Rurys no tenían hijos, por lo que el negocio familiar moriría con él. Algo que quizás no fuera tan grave, pensaba Dunn, considerando las circunstancias actuales. Mejor que sea por falta de descendencia que por falta de trabajo. Por más que ya casi nunca pensaba en ello, él y su difunta esposa Melania sí habían tenido un hijo, que de hecho fue la razón que hizo que Dunn sentara cabeza y le propusiera matrimonio, luego de una juventud muy revoltosa, por decirlo de una manera decorosa. Sin embargo, cuando apenas tenía seis meses de vida, la pequeña criatura contrajo una neumonía y murió. En sólo medio año, los Rurys habían pasado de vivir el momento más feliz de sus vidas, al más traumático que a un padre le puede acontecer. Les llevo una década poder hablar del tema sin que sus voces se quebraran y las lágrimas aparecieran.

Mientras Dunn leía su libro y disfrutaba su whisky, alguien tocó a la puerta. Tomó la temperatura de la hidromiel y estimó que todavía faltarían más de 20 minutos para el siguiente paso de su improvisada receta, por lo que se despreocupó y fue a abrir la puerta; un sábado a esta hora no debe ser nada importante, pensó. Su suposición se demostró equivocada, pues al abrir la puerta se encontró ni más ni menos que con el gobernador del pueblo, el señor Webster. Dunn, que vestía una camisa blanca y unos amplios pantalones marrones con tiradores, enseguida pensó que estaba demasiado mal vestido para recibir a alguien así, pero qué diablos, el hombre ya estaba allí, digamos que no tenía la posibilidad de ir a cambiarse ahora.
“Gobernador Webster, qué sorpresa, ¿desea pasar?”
“Señor Rury, disculpe que lo moleste a estas horas. Sí, con su permiso.” Webster se quitó el sombrero y entró, Dunn lo guió hasta el estar y lo invitó a tomar asiento. El gobernador se sentó y apoyó en su regazo un enorme y antiguo libro que traía consigo.
“¿Le molesta si lo tuteo?” comenzó el gobernador, que se veía un tanto nervioso.
“No, para nada.”
“Mira Dunn, la razón por cual he venido a importunarte, es porque necesito tu ayuda.”
“Sí, dime lo que necesitas.” Echando un vistazo al libro agregó, “¿Acaso quieres hacerle una inscripción en bronce a ese imponente libro?”
“Perdona, me he expresado mal. No soy yo quien necesita tu ayuda, es el pueblo entero. Y no es un asunto de herrería.” A esto Dunn frunció el ceño y pensó que quizás quisieran que él se encargue de proveer las bebidas en alguna de las tantas celebraciones del pueblo. Como no respondió nada, el gobernador prosiguió. “Sólo ocho personas saben lo que estoy a punto de revelarte, y voy a necesitar tu total discreción.” Las pobladas cejas canosas de Dunn se juntaron aún más, hasta casi tocarse, pero asintió sin decir palabra.
“No queremos que se haga público para que no cunda el pánico, pero la verdad es que hace dos días que el manantial de agua que corre por debajo del pueblo ¡se secó! Estamos funcionando sólo con la reserva, ¡y nos queda sólo una semana!”
“Gobernador, no tiene que decir más. Tiene a su total disposición mi reserva personal de agua. Debo tener entre 2000 y 2400 litros, y si justo hubiera venido unas horas antes, tendría más, pero en este momento estoy cocinando un lote de hidromiel.”
“Dunn, tu ofrecimiento es muy generoso, y quizás tengamos que aceptarlo, pero no es por eso que he venido.” Hizo una extraña pausa y tamborileó con sus dedos sobre la cubierta del libro. “Lo que estoy por contarte muy probablemente te parezca descabellado, pero te confieso que ya hemos intentado todo, tanto con ingenieros locales como de la ciudad. Como sabes, el encargado de la biblioteca y archivo del pueblo es uno de los miembros del Consejo, y ayer recordó haber leído en este libro sobre una profecía que es un calco de nuestra situación actual. No quiero aburrirte con ella, porque es bastante extensa, pero en resumen, se interpreta que la persona de más edad del pueblo es la única que puede devolver el agua al manantial, y revisando el Libro de Actas del pueblo, desde que falleció Samuel hace dos meses, tú pasaste a ser el más anciano del pueblo. Aunque el término aplique muy mal a tu condición.” agregó el gobernador luego de mirar de arriba a abajo a Dunn. Lo cual era muy atinado, ya que pese a sus tres cuartos de siglo, el viejo herrero mantenía una vitalidad envidiable y un cuerpo sano y aún fibroso.
Cuando el gobernador terminó de hablar, la mente de Dunn se bifurcó como un río con una isla en medio. Su mente más conservadora tomó el cauce norte y le decía que era una locura lo que este hombre acababa de decirle. No solo una locura, sino también una tontería y una pérdida de tiempo. ¿Cómo un cuento escrito hace cuántas decenas de años iba a poder ayudarlos en este problema? Y encima de eso, él mismo era el supuesto protagonista del cuento.

Pero por el cauce sur navegaba su mente más soñadora, la que inconscientemente lo animaba a seguir viviendo pese a las tragedias, su mente responsable de que sintiese esa fascinación por leyendas como la del Rey Arturo. Y esa mente le susurraba que esto era lo que sin pensarlo, había esperado toda su vida. Era una demostración de que el mundo no es tan lineal y aburrido como parece, y que existen cosas desconocidas, mágicas incluso, que sólo se develan en pequeñas oportunidades como ésta. Al final, la curiosidad pudo más que la razón, y con una enigmática sonrisa en el rostro, Dunn le contestó “Cuéntame Webster, ¿qué necesitas exactamente que haga?”

Ejercicio Nº 18 - Oficina

Al fin viernes. Elisa había tenido una de esas semanas agotadoras. En el trabajo el teléfono no le daba respiro, se aproximaban las vacaciones de Julio y pareciera que todo el mundo había dejado para último momento la compra de pasajes. Como ella es una persona muy calmada, que le gusta tomarse su tiempo para hacer las cosas, esto la trastocaba. Pero no había sido sólo el trabajo, en el gimnasio la profesora se tomó licencia y su remplazo le exigía mucho más de lo que pretendía dar. Al fin y al cabo, ella sólo quería bajar dos o tres kilitos para llegar a su peso ideal, no pretendía correr ninguna maratón ni nada que se le parezca. Y como frutilla de la torta, Míster T, el cachorro de labrador que encontró en la calle hace unos meses, digamos que estaba un tanto descompuesto, por lo que tenía que sacarlo muy seguido, y a horas insólitas.

Mientras Elisa esperaba que se enfríe un poco su cortado, recorría su carpeta de MP3, tratando de decidirse entre música clásica y jazz. Al notar que había pasado ya un minuto entero, recordó una de las tantas charlas con su psicólogo acerca de su paralizante indecisión, y eligió clásica, justificándose en que a la noche tendría alguna chance de escuchar jazz en el after office con la gente del trabajo, pero que seguro no habría música clásica. Mucha de la indecisión de Elisa provenía de este afán de sobre analizar cada aspecto de su vida, por más trivial que fuera. La única excepción era al interactuar con otras personas, ya que ella era muy extrovertida y charlatana, lo que implicaba que todo su análisis lo hacía post-mortem, luego de ya haber hablado más de la cuenta y metido la pata.

Apenas había dado un sorbo a su cortado, cuando apareció delante de su cubículo Silvina, su amiga y compañera de trabajo. La recién llegada tenía su clásica sonrisa picarona, que hacía juego son sus ojos, que decían exactamente lo mismo. Aunque Elisa era muy inteligente y perspicaz, no se requería ninguna de esas virtudes para darse cuenta de que su amiga, una vez más, le traía un nuevo chisme sobre Matías. El susodicho era un compañero de ellas que trabajaba en otra sección, por lo que mucho no lo veía. Era un muchacho unos diez años menor que ellas, de 27 o 28 años, que era evidente que estaba atrás de Elisa.
Pese a que se podría decir que era lindo y simpático, a Elisa no le llamaba la atención en lo más mínimo. Le costaba admitirlo, pero la falta de interés tenía como raíz que ella ya tenía su corazón hipotecado en Víctor de contabilidad.
Silvina le hizo un gesto con las manos para que se quite los auriculares, mientras se inclinaba sobre unos papeles, intentando fingir que hablaban de trabajo.
“Eli, adiviná quién está preguntando qué música te gusta, para armar un karaoke en el after de hoy.”
“¿Karaoke? Mirá…” contestó Elisa un tanto sorprendida. “Se ve que está haciendo sus deberes el nene.” Y se rió por la nariz. A ella le encantaba el karaoke y con ese gesto Matías había subido una décima de punto en su tabla.
“Silly, ¿sabes si Víctor va?” Silvina no era ni cerca tan inteligente como Elisa y como era sumamente atropellada, su amiga la había bautizado con el apodo de Silly, tonta en inglés, que lejos de molestarle, se reía de su propia torpeza.
“Ni idea, pero la verdad lo dudo. Si es tremendo aburrido.” agregó, para molestar a su amiga, que le devolvió un reboleo de ojos. “Pero vos tranqui Eli, yo te averiguo.” y se fue rápido, sin siquiera mirarla, para que no le dé tiempo de negárselo. A esta altura de la vida, vergüenza ya le quedaba muy poca, pero Silvina a veces podía ser la indiscreción en persona.

Dos horas después del encuentro con su amiga, a Eli le llega un mensaje de ella al celular: “Va. No preguntes cómo me enteré ;)
En el fondo, y aunque nunca se lo confesaría, Elisa tenía miedo de que Silvina tuviera razón en que Víctor es un poco aburrido. Ella no sabía demasiado de él, pero solían cortar para almorzar casi a la misma hora exacta. Más allá de los pocos datos que había obtenido (contador, 40 y pico, divorciado, reservado) ella sentía que lo conocía bien. Hablaba poco, pero cuando lo hacía valía la pena, ya que hacía bromas ingeniosas que ella agarraba enseguida y retrucaba, mientras los demás comensales se perdían en el camino; o hacía preguntas interesantes, que invitaban a la reflexión o a develar características propias, cosa que no era nada habitual en un almuerzo en la cocina de la oficina. Pero sus intervenciones eran más bien esporádicas y al no saber casi nada de su vida personal, era difícil poder conocerlo del todo.


Pero hoy Víctor se sumaría al after office, era una oportunidad única que Elisa llevaba esperando durante más de un mes, y que no quería desperdiciar...

Ejercicio Nº 16 - Café

Marcos dio Guardar al archivo que estaba editando en la computadora y se alejó del escritorio, para poder desperezarse con comodidad. Miró su reloj, eran las 16:48, hora ideal para ir a buscar su segundo café del día. En el momento en que se dispone a salir de su cubículo, ve por el rabillo del ojo que Laura, una de sus compañeras de trabajo, lo está observando. Decide ignorarla y proseguir en su búsqueda del preciado líquido marrón oscuro. Había avanzado apenas unos metros, cuando escucha tras de sí el sonido de unos tacones. Más precisamente, los tacones de Laura. Inconfundibles, porque de sus tres compañeras mujeres, es la única que los usa. Lo mismo sucede con sus faldas, varios centímetros por arriba de la rodilla.
Al llegar a la máquina expendedora del vital elemento, presiona la combinación de su preparación favorita y en seguida saca su celular del bolsillo y finge hacer algo en él, que requiere suma atención. Luego de haber utilizado esta táctica para salvarse de saludar a varias personas por la calle y de ahorrarse decenas de incómodas e infructuosas charlas de ascensor, Marcos supuso que ésta no sería la excepción. Parece que no la conociera… Se nota que le venía bien ese café.

Laura caminaba detrás de él con mirada decidida, mientras con una mano acomodaba su melena rubia, con la otra se cercioraba con disimulo de que sólo los dos últimos botones de su blusa estuvieran desprendidos. No quería utilizar su estupendo escote en el primer ataque. Al menos no al principio. Al notar que Marcos planeaba hacerse el indiferente con el truco del celular, no pudo evitar que se le escape una media sonrisa. A ella le gustaban los desafíos, y que él no la desvistiese con la mirada como sus demás compañeros era lo que más le atraía de ese joven de 25 años. Bueno, eso, y su aspecto de actor de televisión y su físico de jugador de fútbol profesional.
Cuando Laura llegó a la máquina, simplemente se paró frente a él y lo observó por dos segundos. Tiempo suficiente para que Marcos trague saliva con sumo disimulo. Laura casi sintió pena por su presa. Casi.

Maldición. Pensó Marcos luego de que los nervios lo traicionen y le obliguen a tragar saliva. Gracias a su mente de informático, evaluó en una fracción de segundo sus posibilidades. La más obvia y tentadora era seguirle el juego, que muy posiblemente termine en acostarse con ella. ¿Y después? Dudaba que tuviera alguna implicancia a nivel laboral, como que lo despidieran o algo similar, pues suponía que no sería el primero de todas formas. Pero ese tipo de mujeres, por más hermosas que le parecieren, le generaban un rechazo que anulaba cualquier belleza o cuerpo despampanante, porque odiaba el hecho de que mediante manipulaciones obtuviesen siempre lo que quieren. Decirles que No a este tipo de personas, que sólo escuchan Sí durante toda su vida, era una tarea difícil, pero alguien tenía que hacerla.
Siendo esa la única alternativa, decidió aplicar la vieja máxima de que no hay mejor defensa que un buen ataque:
"Laura, ¿qué pasó? Te quedaste como colgada." Y luego agregó con una mirada sarcástica "¿Necesitás ayuda con la máquina de café?"
La mirada de Laura se endureció por una milésima de segundo, pero recuperó la compostura y le dedicó una sonrisa de dientes perfectos.
"No, no, muchas gracias. Me quedé mirándote porque me preguntaba si realmente te gusta este café asqueroso  o si lo tomás porque es lo único que hay."
"No es una maravilla, pero me parece que no está mal."
"¿Que no está mal? Ay Marcos, por favor." Laura hizo una brevísima pausa, simulando pensar. "Tengo una idea, ¿por qué no vamos después del trabajo a una cafetería que hay no muy lejos de acá?"
Mientras él pensaba qué responderle, agregó "Ojo, si después de probar un café de verdad te negás a seguir tomando esta porquería, ¡no me eches la culpa!"
"Te agradezco, pero creo que paso. Viste lo que dicen del malo conocido y esas cosas."
Al ver la débil respuesta de Marcos, Laura se envalentonó.
"¿Qué pasa? ¿Tenés miedo de que te guste?"
Marcos empezaba a impacientarse. Estaba claro que ya no estaban hablando de café.
"En realidad, ya he probado esos tipos de cafés varias veces. Generalmente, aunque los veo humeantes, al tomarlos los encuentro mucho menos calientes de lo que aparentan, como recalentados. Además de que les siento un sabor muy superficial. O mejor dicho, artificial."

Y agarrando su café ya preparado por la máquina, le dio un largo y sonoro sorbo sin perder contacto visual con ella, y se dirigió sin mediar más palabra hacia su cubículo.

domingo, 5 de febrero de 2017

Ejercicio Nº13 - Fotografía

Al este, unas oscuras nubes acompañadas de ráfagas de viento anuncian una corta visita a la plaza Varela, ubicada en el boulevard Artigas, uno de los principales de la ciudad. Mientras voy llegando, lo primero que diviso es un conjunto de estatuas en mármol blanco, encabezadas por una en bronce, que representa al reformador José Pedro Varela, quien da nombre a la plaza. Rodeando las estatuas hay una hermosa explanada de color blanco, aunque no tan hermosa para jugar al fútbol, porque en vez de ser lisa, está hecha de pequeñas piedras, enemigas acérrimas de las rodillas de los niños.
Una escalera me lleva a la parte superior de la plaza, donde el olor a pasto recién cortado se entremezcla con el de la inminente lluvia. Hay varios bancos, unos en buen estado, otros un poco más deteriorados y los serpenteantes caminos de pedregullo que separan unas y otras zonas de verde pasto están bordeados de muritos para sentarse, pero escojo un banco, para poder apoyar mi vieja espalda. Cerrando los ojos puedo distinguir dos mundos de sonidos bien distintos, casi enemigos: los ruidos de autos y autobuses, con sus bocinas, sus alarmas y sus caños de escape, versus los cantos de los pobres grillos y pajaritos, en amplia minoría. El que más suma al equipo naturaleza es la dupla viento y hojas, que da buena batalla al equipo urbano.
Toda la plaza está rodeada por distintos árboles, desde palmeras grandes y chicas hasta arbustos y una especie de conífera. También los hay desperdigados por los espacios verdes, uno de ellos tiene atado con una fina linga de acero a un perro inquieto, que muerde ramas caídas y persigue las hojas que el viento empuja. Su dueño es un muchacho en sus treintas, que despreocupado parece tomar notas en un cuaderno de tapa dura.
La plaza también posee una parafernalia de juegos para niños: hamacas, subibajas, toboganes y una especie de cactus de metal para treparse. La versión económica de la jaula de los monos, pienso.
Al costado de los juegos a los que ningún padre trajo hoy a sus hijos está la casilla del cuidador de la plaza, a quien busco con la mirada y encuentro haciendo su ronda a lo lejos. Durante esa búsqueda pasé la mirada por un cartel que tiene escritos unos desafíos para los visitantes, que una minoría llama “reglas y prohibiciones de la plaza”. Siento un poco de pena por el cuidador.
Llevo ya varios minutos en la plaza y empezaba a llamarme la atención no encontrarme la típica imagen infaltable en toda plaza montevideana, hasta que la veo: una pareja caminando, él con un termo bajo el brazo, ella tomando una infusión de yerba mate por una bombilla. Contrasto esa postal con otra más nostálgica, un señor de unos cuarenta años, sentado de piernas cruzadas, mirando a lontananza. Y luego contra otra definitivamente triste, un hombre harapiento, de caminar cansino, revolviendo un tacho de basura. Al costado de un bebedero, algún vecino solidario ató un bidón de plástico que ingeniosamente transformó en un dispensador de bolsas, para que nadie tenga excusa para no recoger los desperdicios de su perro.
El mencionado viento hace que el calor de media mañana de febrero se apacigüe, templando el clima de manera ideal. Aunque no ideal para las dueñas de esas faldas frustradas, que en su infancia quisieron ser tutús, y ahora las ráfagas están cumpliendo esos sueños olvidados. Tampoco es muy apreciado por una señora que se aferra con ambos brazos a una bolsa para que no se le vuele.
Es lamentable, pero un elemento casi predominante en la vista son los graffitis. Cualquier espacio plano de más de medio metro cuadrado tiene el suyo, ya sea parada de bus, parte de atrás de cartel (e incluso parte de adelante) o papelera. A raíz de eso observo los postes de luz y los intuyo insuficientes en comparación a la inseguridad y vandalismo de hoy día.

Mis análisis sociales son interrumpidos por un sonido rítmico inconfundible a mi espalda: toc, toc, toc. Pasos de mujer con tacos. Antes de darme vuelta para confirmar con mis ojos lo que capté con mis oídos, mi olfato les gana de mano, percibiendo el intoxicante aroma de su perfume. Es en este preciso momento en que los dioses del clima se aburren de este escenario y largan un violento chaparrón, ahuyentando mujeres con embriagantes aromas, hombres con miradas perdidas, perros juguetones y viejos escritores.

miércoles, 25 de enero de 2017

¿Por qué escribir?

Hace unos días leía acerca de la creación de personajes (de rol, no de ficción, pero da igual) y el libro decía que lo más importante es preguntar una y otra vez ¿por qué?
Fulanito odia los orcos. ¿Por qué los odia?
Menganito es muy tímido y reservado. ¿Por qué es así?
Entonces una mañana de esas en que te despertás más temprano de lo que quisieras, al intentar recuperar el sueño me preguntaba, ¿por qué se me dio esto de empezar a escribir?

Desde hace ya bastante tiempo me pasa algo que me cuesta bastante explicar, porque no lo tengo demasiado claro tampoco.
En lo cotidiano me encuentro con "cosas" que me gustaría "atesorar"... ¿Qué quiere decir esto?
Con cosas, no me refiero ni a sellos, ni monedas ni figuritas, no son objetos materiales. Son frases, situaciones, escenas, imágenes, ideas, personas y personajes, características, desde físicas hasta de personalidad. Es como una especie de fascinación por estos intangibles, sin saber cómo canalizarla.
La parte de atesorar es la más complicada. Gracias a que mis padres consideraron que era importante, tuve la suerte de tener computadora en casa desde niño (habiendo nacido en el '86 no era algo tan habitual). Y aún hoy, 20 años después, todavía tengo en "Mis Documentos" carpetas de aquella época, con frases, imágenes o archivos que es probable que ni recuerde que tengo. Pero eso, amigos, no es atesorar, eso es simplemente guardar, acumular. 
Hace años encontré una manera de al menos expresar ciertas, llamémosle ideas, mediante este blog. Sin darme cuenta, había encontrado una buena manera de atesorar, porque no es guardar en un oscuro rincón de un disco duro, es reflexionar, moldear, hacer propio. 
Ojo, esto no siempre fue así. Como pueden ver, los inicios de este blog no difieren mucho de lo que hoy es una publicación en un muro de Facebook, o de lo que en esa época era una PPT enviada en una cadena. 

Pero fue recién en 2016 que, sin saber realmente cómo, me di cuenta de que este viejo método del escribir no tenía que ceñirse sólo a ideas pelotudas que me parecen interesantes o a opiniones subjetivas. Escribiendo se puede atesorar todos esos elementos de la lista que mencioné más arriba. Y no, está claro que "escribir" no necesariamente implica escribir una trilogía de novelas, best sellers en el New York Times. Escribir es eso, escribir. Soy un fantasma, pero no tanto como para ponerme a dar consejos sobre qué/cómo/dónde escribir, porque la verdad es que tampoco lo tengo claro. Si quieren consejos de gente que sabe, busquen en internet, o avisenmé que con gusto les puedo recomendar páginas y libros al respecto. 

Lo que sí puedo hacer, bien de atrevido no más, es hablar de por qué escribir, y para quién escribir.
Escriban porque tienen ganas de hacerlo (corolario, no escriban si no tienen ganas de hacerlo), porque sienten que tienen algo adentro que les parece que estaría mejor si se convirtiese a palabras. Hasta el mero hecho de llevar un diario es un buen ejercicio, porque invita diariamente a la reflexión, y de manera profunda. Porque una cosa es reflexionar antes de acostarnos lo que hicimos en el día, pero otra muy distinta y muy superior es tener que transformarlo en un texto, porque nos obliga a concretizar cosas que si no quedan en abstracto, a la vez que nos permite guardar un histórico de quiénes éramos en ese entonces. Mi querido Dr. House me atrevo a decir que sólo se equivocó en una cosa en su vida, y fue en decir que la gente no cambia. No, por suerte la gente sí cambia. A veces para peor, pero idealmente para mejor....

¿para quién escribir? escriban para ustedes mismos, no para que otros lo lean y les guste, porque quedensé tranquilos que en muchísimas cosas no, pero en esto, sí que el crítico más exigente serán ustedes mismos.

lunes, 16 de enero de 2017

Ejercicio Nº11 - Puente

Siempre que Clara deseaba alejarse del mundo para poder pasar un rato con ella misma, acudía al mismo lugar, al viejo puente de piedra sobre el río Tahlin. Los ruidos metálicos que se desprenden de su bicicleta en cada pedaleada no le permiten apreciar la riqueza de sonidos naturales que ese lejano paraje provee, por eso ella tiene la costumbre de desmontar su bici y dejarla recostada contra un árbol veinte metros antes de llegar al puente, para poder absorber la energía de ese lugar aun antes de llegar. Esos pocos metros de caminata no los recorrió con la velocidad habitual por más que la vacilación en sus pasos era casi imperceptible. Lo que sí podría haber notado cualquier observador por más distraído que fuere, es como cada pocos pasos Clara tanteaba el bolsillo de su falda, para asegurarse que su contenido seguía allí.
El puente era curvo, de unos cuarenta metros de lado a lado y con una baranda de un metro de altura, lo suficientemente ancha como para sentarse cómodamente. Como era su costumbre, se sentó en el punto más alto de la curva, con sus pies descalzos mirando hacia afuera del camino, hacia el sur. Sacó la carta de su bolsillo, la cual se había arrugado todavía más con el viaje, pero no la leyó, no hacía falta, la había leído tantas veces que casi podría recitarla de memoria. Sólo se limitó a apoyarla en su regazo, doblada de tal manera que lo único que se leía era el “YEMA” escrito de puño y letra del amor de su vida, ese tonto apodo que le había puesto hace ya tanto tiempo.
A juzgar por la altura del radiante sol de primavera, pasaban algunas horas del mediodía. Los grillos ensayaban duelos de payadas en su propio idioma, mientras las mariposas jugaban a la mancha. Clara no pudo evitarlo y volvió a abrir la carta, y leyó por enésima vez (aunque por primera vez en voz alta), la penúltima oración:
Amada mía, si salimos victoriosos en la batalla del mes entrante, es muy probable que ganemos esta guerra de una buena vez. Y si Dios así lo quiere, pretendo ir a buscarte y pedirte de rodillas si quieres ser mi esposa.
La última palabra la dijo con la voz cortada, a la vez que una única lágrima rodó por su mejilla y cayó en el río, donde se perdió con tantas otras lágrimas anteriores.
En el agua, dos pececillos se perseguían en círculos, pero la chica, abstraída como estaba en sus propios pensamientos, vio en ellos representado el símbolo oriental del yin-yang, las fuerzas opuestas y complementarias, lo que tomó como señal para leer el final de la carta:
Sé que tu padre jamás lo permitiría, pero si tu estas tan segura como yo, de que quiero pasar el resto de mi vida contigo, ya tengo un plan para que huyamos juntos. Para siempre.
Las mariposas parecían haber preferido mudar su cancha de juegos al estómago de Clara, y el sonido de las ardillas era como si le hicieran burla a sus pensamientos, que pasaban por su cabeza a máxima velocidad.

Clara miró a sus espaldas, al lado norte del río, y se sorprendió de que a lo lejos estuviera empezando a formarse unas nubes un tanto amenazantes y al girar su vista al oeste, vio como el atardecer no estaba lejos. ¿Cuántas horas había estado absorbida en sus cavilaciones?

miércoles, 11 de enero de 2017

Ejercicio Nº10 - Clima

Uruguay siempre se jactó de tener un clima muy benevolente para con sus ciudadanos. Sí, es verdad que benevolente no implica predecible, ya que un soleado mediodía puede transformarse fácilmente en una lluviosa tarde, y viceversa. Pero la ausencia de terremotos, tornados, tsunamis, huracanes y toda esa parafernalia climática que la Tierra usa para vengarse de sus viles habitantes hace que de lo único que los uruguayos tengan para quejarse, es de la humedad; porque ni nieve tienen. Todo esto hace que este país tenga un clima más que deseable. Al menos hasta el año 2005…

El 23 de Agosto de 2005 fue un martes, y Gabriel se encontraba trabajando en su oficina de la Dirección Nacional de Meteorología. “Trabajando” es una rotunda exageración, ya que Gabriel estaba muy ocupado en otros menesteres. El 25 de Agosto se conmemora la Declaratoria de la Independencia y desde hace años, la víspera de este feriado nacional se ha convertido en una fiesta denominada La noche de la Nostalgia. Gabriel había prometido llevar a su novia a una fiesta de disfraces, pero faltando apenas 30 horas para dicha fiesta, él aún ni sabía de qué iría disfrazado. Es por eso que mientras en su monitor secundario tenía el mapa climático, en el principal recorría página tras página de alquiler de disfraces. 
Cuando a las 18:01 se encontraba apagando sus equipos para salir corriendo a Superfiestas a retirar el disfraz que había elegido, le llegó un email de Metsul, la agencia análoga brasilera. Miró de reojo el asunto, que ponía “Alerta de ciclón”, pero ni se molestó en abrirlo, ya que unas horas antes, su compañero del turno anterior ya había emitido una alerta roja oficial, previendo “vientos muy fuertes” de hasta 60 Km/h, algo que no es atípico en esta estación del año. Si sólo hubiera leído ese email…

Carla tuvo que quedarse trabajando hasta tarde el martes. Hasta muy tarde de hecho, ya eran las once de la noche y ella aún seguía en la oficina. Mientras hacía las últimas pruebas al software que había tenido que corregir, la joven programadora escuchaba a través de la ventana la lluvia torrencial. Y encima dejé el auto a tres cuadras. Pensó mientras apagaba las luces y ponía la alarma. Esa mañana su celular le había avisado que ese día llovería, entonces había tomado el recaudo de llevar un paraguas. Estuvo a punto de tirarlo en el primer tacho de basura que se cruzó, al descubrir que lo complicado no era la lluvia, sino el imponente viento que soplaba.
Luego de varios años de ahorro y de la colaboración importante de las horas extras como las de hoy, Carla hacía cinco meses que era la feliz propietaria de su primer autito, un Fiat Uno del ‘95. Su escasa experiencia al volante no fue la suficiente como para hacerle pensar que manejar por la rambla con este viento no sería el camino más adecuado. Cuando pasó por la zona del puerto, su auto era zarandeado por el viento lo que la dejó bastante asustada. Fue por ese miedo que le pareció haber visto mal, cuando a unos cuatrocientos metros una pila de cinco contenedores de repente tenía sólo cuatro. El viento era muy fuerte, pero, ¿era lo suficientemente fuerte para volar un contenedor? ¿Esas cosas no pesan decenas de toneladas?
Al alcanzar el tramo de la rambla que corre de suroeste a noreste, vio como las olas sobrepasaban el paredón y empapaban los autos. Aumentó el ritmo del limpiaparabrisas al máximo, pero fue en vano, la visibilidad era casi nula. Poco a poco fue reduciendo la velocidad, hasta que un par de cuadras más adelante tuvo que dar un volantazo para esquivar un Peugeot cuyo conductor no había sido tan precavido como ella y había chocado de atrás a un auto blanco. Este era el primer accidente que Carla presenciaba esa noche, pero no sería el último…

La mayoría de las personas tienen su ritual particular al momento de levantarse. Algunos van derecho al baño, otros se desperezan y estiran de tal manera que parece que tuvieran que correr una maratón ni bien salen de la cama. El de Jorge, en cambio, era bastante sencillo: tomaba su pastilla para la presión y prendía el noticiero. Como el 23 había sentido un dolor de cabeza intermitente durante casi todo el día, prefirió acostarse temprano. “Nada que doce horas de sueño no curen” siempre decía. Al prender la tele, todavía un tanto dormido, le costó unos segundos darse cuenta de que las imágenes que veía efectivamente correspondían a su querido Montevideo. Simplemente no podía creerlo. En algún momento de la noche había escuchado algo de lluvia, pero segundos después ya estaba dormido de nuevo. Por alguna estúpida razón que no lograba comprender, el canal había mandado al movilero a hacer la nota desde la calle, donde la cuantiosa lluvia empapaba al pobre muchachito. Intercalaban su imagen deplorable con la de autos aplastados por árboles, calles cortadas, cables de electricidad caídos y chispeando, y hasta una antena de una emisora de radio, tirada y retorcida como si Godzilla se le hubiera caído arriba. El movilero contaba que era el peor temporal desde mediados de los años 60, pero Jorge no recordaba haber visto nunca algo semejante, por más que en esa década tendría unos ocho años nada más. 
Catorce horas más tarde vería a otro reportero quien parece que ya habría pagado su derecho de piso varios años atrás, recapitulando cómodo y seco desde el canal, los datos y daños del increíble temporal: vientos registrados de casi 200 Km/h, diez muertos, más de 100.000 personas sin luz, 22.000 llamadas al 911 (cuando un día movido implica unas 3.000 y poco), dos antenas de radio caídas y el 1% de los árboles de la ciudad derribados. 
No, esto no era un informe de un huracán lejano con nombre de ex esposa en el estado de Florida, ni tampoco el de una isla remota que ni siquiera podía asegurar a qué parte del mapa pertenecía. Esto había pasado en su paisito, con su clima benevolente, mientras el dormía plácidamente sus doce horas...


miércoles, 4 de enero de 2017

Ejercicio Nº9 - Barrio

Samanta nunca fue muy aficionada a las tareas de vigilancia: suelen implicar muchas horas de tediosa espera, a veces sin ningún resultado mesurable.
Sin embargo, la casualidad quiso que esta vez le tocara hacerlo a dos cuadras de donde vivió cuando era pequeña, en el clásico barrio montevideano de Parque Rodó. Aprovechó estos tiempos “muertos”, según ella, para recordar aquellos años en los que todo era más fácil…


Mientras alguna gente tiene buena memoria visual, o auditiva, Samanta siempre se jactó de su gran memoria olfativa, por eso le pareció sentir el peculiar olor del lago verde del parque, al evocar el recuerdo de su madre y ella yendo a pasear en los botes a pedal. Ella siempre pensó que el color verde lima del lago era porque el agua estaba sucia, pero su madre le decía que estaba equivocada, que era por unas algas microscópicas que invadían el pequeño lago. Pese a eso, ni madre ni hija jamás se atrevieron a tocar el agua con la mano. Cada vez que paseaba en los botes, Samanta realizaba un fino trabajo de desgaste psicológico en su madre, para convencerla de bajar en alguna de las cuatro islas que ocupaban un tercio de la superficie del lago, por más que en ellas sólo hubiera vegetación y palmeras. Apenas una vez lo logró, por cinco minutos y sin que los dueños de los botes las vieran, porque descender a las islas estaba prohibido.


Toda ida al parque tenía siempre una parada obligada, y no, no era el puesto de churros (dos comunes y uno con dulce de leche por favor), era el “castillito”. Al lado del lago se encuentra una biblioteca pública, adentro de una humilde estructura que se asemeja algo a la de un castillo de verdad. Tiene una muralla que rodea los dos edificios que conforman la biblioteca, con almenas arriba de la doble puerta de madera y dos torres, una cuadrada y otra redonda, ubicada prácticamente adentro del lago.


El predio del parque Rodó cuenta no con uno sino con dos pequeños parques de atracciones mecánicas. La diferencia entre ellos es que uno tiene juegos para niños más chicos, como calesitas, autitos chocadores, o el “Dumbo”, una especie de calesita pero con elefantes que podían subir y bajar apretando botones. Mientras que el otro tiene juegos para más grandes, como el barco pirata, el tren fantasma y el samba: una superficie circular con asientos en la periferia que miran hacia el centro, que gira a gran velocidad mientras suena una música y el ángulo respecto al piso cambia bruscamente, sacudiendo a los participantes. Para muchos niños del barrio, la madurez no radica en poder atarse los cordones sin ayuda, ni en ir solos al almacén de la vuelta, sino en que los papás los lleven al parque de los grandes.  


Pero no todo es color de rosas en este barrio, pues a excepción de alguna callejuela de dos o tres cuadras, todo el resto de las calles están pobladas de árboles, uno cada siete u ocho metros, por regla general. Uno diría que eso es algo bueno, que el verde tapa el frío gris de las ciudades. Y sí, uno estaría en lo correcto, si los árboles de los que hablamos no fueran esta particular variedad de plátano, que en vez de dar bananas, en primavera libera una pelusa amarillenta que irrita los ojos y tortura a los alérgicos. El padre de Samanta, que vivió también en el barrio cuando chico, siempre le cuenta que en su época, esta pelusa no existía, porque es parte de una especie de fruto en forma de pelota que antes caía entera, sin desarmarse. Y conformaba una munición ideal para las guerras entre sus hermanos.

Samanta vio caer la noche aún apostada en el auto desde donde hacía vigilancia, y una vez más, igual que años atrás, la invadió ese aroma dulzón que tanto anhelaba, el olor a dama de la noche, un arbusto que nunca olió en ningún otro lado. Cerró sus ojos y a su mente vino la imagen del quiosco “Alcántara”, que quedaba a cinco cuadras de donde vivía. No solo estaba dos cuadras más lejos que “Lo de Néstor” sino que además, estaba mucho peor provisto, la variedad de helados era casi nula y los alfajores eran sólo de chocolate, no había ni uno de nieve. Pero esto para ella se compensaba con creces porque en Alcántara trabajaba Pablo, un chico siete años mayor que ella, que nunca la registró, pero por quien ella suspiraba cuando tenía doce o trece años…. ¿Qué será de la vida de Pablo hoy, tantos años después? pensó Sam cuando por fin vio abrirse la puerta de la casa que hace tantas horas vigilaba.