jueves, 1 de noviembre de 2018

La Fuga Perfecta

Sé que muchos de ustedes me juzgarán por mi decisión, que me acosarán con frases sabor "Si yo tuviera la mitad de lo que tenés vos, lo valoraría y ni en pedo me fugaría", o quizás algo más elaborado o convincente, pero sinceramente no quiero ponerme en el lugar de quienes no desean progresar en la vida, mejorar su situación, vivir un poco de aventura.

Entiendo que en mi prisión mi cama es de una calidad superior, a veces sospecho que mejor que la de los carceleros; que siempre me sirven la comida en tiempo y forma, por más que esa porquería es igual de rica y nutritiva que comida de astronauta, aunque menos cool. 

Pero comer y dormir no es todo en la vida. Hay horas y horas en las que me ignoran por completo, no quiero spoilearle El secreto de sus ojos a nadie, pero los que la vieron saben a qué me refiero. Sin mencionar el constante bullying con los sobrenombres que me ponen, siendo el más leve (y más irónico) "Gordo Ronaldo".

Lo tenía todo planeado, todo, menos un ínfimo detalle. Aposté a la indiferencia uruguaya y perdí como el que le juega al rojo después de cinco negros seguidos. Pero me estoy adelantando. Como les decía, estaba muy bien planeado, el día no podía ser mejor, mi carcelera estaba de fin de semana en Carmelo, mientras que su pareja hacía más de un mes que no iba al gimnasio por distintas excusas baratas (maldito hipócrita, Ronaldo me dice). Igual podría ir todos los días al gimnasio durante un año que nunca en su vida me ganaría una carrera, pero prefiero estar del lado precavido del mostrador. 
Tres días antes había "casualmente perdido" mi número de identificación, lo que les haría imposible que me rastreen. Dos días antes mi buen amigo Otto me consiguió un grupo de jóvenes para causar la distracción perfecta. 

Esa mañana de sábado de Setiembre tenía un clima ideal, mucho más cálida que estos fríos que estamos viviendo todavía en Noviembre. El carcelero me ató para llevarme a la salida mensual (sí! mensual! un atentado a mis derechos) al parque, pero no me preocuparon las ataduras, porque cuando hay buen clima me lleva a las canteras atrás del Teatro de Verano, donde se apiada y me deja caminar libremente sin mis cadenas. Llevé paso cansino la mitad del tramo e intenté aumentar el ritmo en la segunda mitad para ir entrando en calor, tenía por delante una buena corrida aún. La coordinación con el grupo de jóvenes fue digna de Parker Lewis: ya estábamos en las canteras, a unos dos minutos de haberme soltado las cadenas, 15 muchachos se aparecen de la nada corriendo directamente hacia nosotros, apenas me da para hacerle un gesto con la cabeza al líder que me guiñó un ojo, porque la ansiedad me invade el cuerpo y salgo corriendo cantera abajo a toda velocidad. El viento apenas me deja escuchar los gritos del carcelero, al principio con tono autoritario, luego con tono desesperado cuando el muy tonto piensa que mi fuga es en realidad un plan suicida, al verme correr directo hacia la rambla. Cruzo hasta el lado de la playa, continúo unos segundos y vuelvo a cruzar en dirección al McDonald's, con la esperanza de que algún conductor le dé un toquecito. Realmente no deseaba que lo atropellaran, sólo que lo retrasaran lo suficiente para escaparme. En sus gritos se empezaba a evidenciar su cansancio, entonces agaché la cabeza y corrí aún más rápido. El piso era un espejismo borroso bajo mis pisadas, sentía cómo la adrenalina se inyectaba en mis músculos, potenciándolos y cuidándome de todo dolor y fatiga. Corrí cual poseso hasta que escuché desde un auto dos palabras dirigidas al carcelero, a cuál más increíble: "¡Subí flaco!"

Cuando escuché "flaco" pensé por un segundo que no se referían a él. Se ve que el sol justo encandilaba al conductor... Pero sí, una pareja de completos desconocidos estaba ofreciéndole un aventón al nada flaco carcelero. No podía creerlo. Mis ojos se llenaron de lágrimas que en seguida eran secadas por el viento y la velocidad. Lágrimas de tristeza, de rabia, de meses de planeamiento que se iban como pelota de fútbol por una boca de tormenta. Pero ya estaba jugado, entonces corrí aún más rápido, como nunca antes había corrido en mi vida. Pasé frente a la estatua de Confucio, el maestro que con su solemne sonrisa me alentaba a seguir. Seguí corriendo. Crucé Rodríguez y seguí corriendo, el aroma de los chorizos del carrito me invitaba a pensar todo lo que podría comer cuando fuera libre, sin estúpidos vasos medidores ni raciones apestosas. Unos segundos después escuché una frenada y en seguida me vi de frente a mi captor, gritándome desesperado. Hice la vieja pero eficaz finta: pisar fuerte con la derecha para escabullirme por la izquierda y seguí sin mirar atrás. Volví a escuchar a los extraños "¡Dale! ¡Subí de nuevo!". Increíble.
Me estaba acercando ya a Gonzalo Ramírez, el cuerpo me estaba empezando a pasar factura y el corazón parecía un rotomartillo en mi pecho, cuando vuelvo a ver al gordito bajarse del auto a mi izquierda. Sus gritos ya eran súplicas, y cuando miré atrás estaba arrodillado en el piso, rogándome que pare, los ojos desorbitados por el stress.

Quisiera poder decir que en ese momento pensé que si no paraba, él le pediría a los extraños del auto blanco que me atropellen, pero debo ser sincero con ustedes, el "flaco" me partió el corazón. No hay otra explicación ni excusa, la desesperación de esa mirada fue más fuerte que mi espíritu aventurero. Demoré unos segundos en volver, segundos que para él seguro duraron horas, y volví muy lentamente, dudando de mí mismo mientras recuperaba el aliento, pronto para volver a correr si la cosa se ponía violenta. Afortunadamente no pasó de un par de palmadas, él estaba tan extenuado que no pudo ni castigarme como correspondía. 

Así que hermanos, si alguno de ustedes está pensando en escaparse, ládrennos a Otto y a mí, que nos encargamos de todo.

Spelu out


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