lunes, 26 de febrero de 2018

Experiencia: Barbacana

Antes de comenzar quisiera aclarar que es Barbacana, no Bacanal, ni tampoco un post haciendo alusión a las canas que me están saliendo en la barba.

Barbacana es un museo-pub -así se autodenomina- ubicado desde hace ya muchos años en Requena y Canelones. Casualmente, he vivido la mayor parte de mi vida a escasas cuadras de este bar -de chico incluso vivía a una cuadra- pero por más que pasé muchas veces por la puerta, nunca había entrado hasta hace unos días, en que Marian lo encontró paseando a Spelu y decidimos ir un viernes de noche.
En su época, este bar tenía un semáforo en la vereda, pero ahora ya no estaba, lo cual me decepcionó un poco, pero que lo compensó un cartel de PedidosYa pegado en la puerta, porque un bar que está en PedidosYa asumo que tiene su cierto movimiento... no?

Ni bien se entra al bar, lo que predomina a la vista es una cachila antigua plantada en medio de una habitación de unos 4x15m, es decir, que ocupa un buen porcentaje del lugar. En el poco espacio restante hay un cambalache de cosas, algunas curiosas, otras un tanto creepies, como un confesionario de madera con símbolos masones, y otras interesantes, como un teléfono del 1900 y poco que todavía andaba, y que si dejabas $9 en una cajita, podías hacer una llamada. Creo que más que el teléfono en sí, me llamó la atención lo de la cajita, me pareció muy europeo.

Hubo un par de carteles que sentí como un buen presagio: uno anunciando que había pool -lo cual cada vez es menos habitual en Montevideo- y otro diciendo que el cocktail del día era Mojito, uno de mis tragos preferidos. Un macaco de madera muy simpático sostenía unas históricas cartas -menúses- del lugar, con todo tipo de tragos, el cual se encontraba al lado de una barra gigante, inaccesible por el mentado vehículo.
En una de las esquinas de esta especie de pasillo encontramos un aljibe con un letrero que decía algo así como: "Por favor no ensucie el agua ya que nosotros la utilizamos." Por suerte el mojito se prepara con agua con gas, pensé jocoso en voz alta.

El final del pasillo daba lugar al verdadero bar: una habitación enorme con el techo tan alto que habían construído dos entrepisos, es decir, un entrepiso y un entre-entrepiso. Éstos estaban sumidos en la oscuridad, pero desde abajo se podía ver que albergaban otra buena cantidad de chucherías. 
La habitación principal estaba aún más llena de cosas que el pasillo anterior, desde un chapón de hierro que se había desprendido de no sé qué barco hasta un arbolito del que colgaban saquitos de té usados, lo cual daba un poco de asco sinceramente. Parado junto a una de las mesas había un señor mayor de edad indefinida, tan rígido que podía pasar como parte del decorado, con cara a medio camino entre stand-by y pocos amigos, y ropas cuyo anterior dueño apuesto que medía al menos unos 10 centímetros más que él. 
No sé por qué, pero de toda la inmensa cantidad de cosas que vimos, lo que más me llamó la atención fue una vieja marquesina colgante que decía "La Comercial". Lo llamativo era que la letra era exactamente la misma que la que tenía el cine Trocadero, antes de que Pare de Sufrir lo transforme en uno de sus templos. 
Como no podía ser de otra manera, hasta las mesas del bar eran curiosas, unas eran redondas y al hacerlas girar hacían rotar un engranaje que estaba al costado, mientras que otras, rectangulares, tenían por mantel un antiguo paño de ruleta. Dudamos si el lugar vendería comida, ya que la parrilla que vimos al fondo de la habitación estaba apagada, pero tenía suficiente ceniza como para suponer que no era parte del museo. Luego notamos que en una de las mesas había tres jarras de cerveza fría, custodiando una especie de sandwiche caliente napolitano, el cual se veía bastante suculento. 
En un rincón del recinto vimos una mesa de pool con tres personas jugando, lo que nos sacó de dos dudas: sobre la vigencia del cartel de pool y sobre la pertenencia del trío de cervezas. 
Nos sentamos en una de las mesas redondas, lo cual activó cierto protocolo en el extraño viejo, sacándolo de su inactividad. Al poco tiempo apareció con sendas cartas de comida y tragos, de las cuales nos sorprendió la variedad. La bebida ya la teníamos más que decidida y mientras deliberábamos sobre qué comer, me empezó una picazón por las piernas, luego en la nuca, después en la mejilla. Esto fue porque ya sentados estabamos viendo el lugar menos como museo y más como bar, y el polvo que se veía por todos lados generó en mi cerebro esa especie de reacción alérgica, como cuando alguien ve a tu perro rascarse una vez y sale con "Che, ¿no tendrá pulgas?", y enseguida cada micropartícula que roza un píxel de tu cuerpo se transforma automáticamente en una pulga comiéndote sin piedad.
Volviendo al menú, pedimos un calzone y dos mojitos. En eso entraron 4 muchachos de unos 20 y pocos años que se pidieron un par de cervezas. Su edad desentonaba un poco con el lugar, pero en cierto modo me alegró que la juventud saliera a este tipo de lugares (sí, pensamiento bien de viejo) pero también me alegró que el lugar se empezara a mover un poco, porque semejante espacio para 5 personas lo hacía parecer un tanto lúgubre. 
A los pocos minutos de eso volvió el viejo con los mojitos: los depositó en la mesa y se fue, sin mediar palabra. Al mirar mi trago, fue como si me desconectase del resto del lugar, sólo podía analizar ese vaso, con unas hojas de menta de un color demasiado verde, demasiado oscuro... demasiado podrido. Y la pajita. Ay mamá lo que era esa pajita. Quizás en su primer uso -allá por la época del teléfono- haya sido traslúcida, sólo sé que en ese momento era bastante opaca, con restos de esa difunta menta en su interior. Cuando salí de mi ensimismamiento miré la cara de Marian y era un poema. Más que un poema, era un emoji, precisamente el del macaquito verde con los cachetes inflados y a punto de llamar a Hugo. "Yo no quiero tomar esto," me decía compungida. "¿Qué hacemos? ¿Nos vamos?" le pregunto. Como asintió, le hice una seña al mozo, al que le dije cuando se acercó, "Fah, nos vas a tener que disculpar, pero me acaba de llegar un mensaje de mi abuela, que es muy mayor y está mal y nos vamos a tener que ir. Si no se puede cancelar la comida no te preocupes, nosotros te la pagamos igual." El viejo fue con sorprendente velocidad a la cocina y cuando volvió nos dijo que pudo cancelar la comida, y nos preguntó si no queríamos que nos guardara los tragos, por si nos daba para volver más tarde. Le dije que no se preocupe, que no era probable que volviéramos -nunca en la vida, pensé- y le pregunté cuánto le debíamos. "Son $560," me respondió. Para ser fiel a mi actuación de nieto preocupado, le dí $600, le dije que así estaba bien y salimos a paso redoblado, haciendo ademán de estar llamando por el celular. Fue recién a la media cuadra que a mi estado de shock se le sumó el enojo por haber pagado 280 pesos, lo más caro que pagué un trago en toda mi vida, por el único trago que ni siquiera me animé a probar.

Cuando llegamos a casa, todavía bastante trastornados por lo sucedido, sintiéndonos sucios por dentro y por fuera, agarré la compu y busqué en internet comentarios de este lugar. En Google Reviews (al que se accede simplemente buscando Barbacana en Google y apretando en el link con los "X comentarios de Google"), sin ser por algunos a los que la parte de museo les pesó más que la de bar, la mayoría lo defenestra. Pero lo que me encantó fue encontrar dos reseñas hechas por dos grupos de gente totalmente opuestos, acerca de una misma noche. Se las dejo aquí textuales, porque no tienen desperdicio.

Daniel Martinez Romero
Lugar oscuro un Cambalache de regular calidad en cuanto a locación. Pésimo Servicio, el dueño un impresentable estafador. Pedimos bebidas y luego comida, éramos 8 adultos.  La comida tardó casi 2 horas en llegar, cuando presionamos trajeron parte y sin cumplir con lo pedido al mozo. Reclamamos y al final termino en un lío de órdago, porque el impresentable quería cobrar un cubierto artístico cuando no habíamos cenado. El grupo de música, canto 5 canciones y debió terminar por queja de los vecinos, aunque fue un favor ya que eran muy malos los músicos y la cantante.
Lugar que las autoridades deberían inspeccionar, baños sucios,  mesas con polvo, y servicio inexistente. Deplorable imagen para una zona que se está esforzando en generar una imagen distinta con lugares de excelente presencia y calidad de servicio.

elchico0455
Con unos amigos tenemos una banda y decidimos tocar allí ya que como estamos empezando, no pretendíamos mucho. El tema es que el señor es un estafador de primera. Habíamos acordado un "cubierto artístico" que es como una suma fija que se cobra que va destinado a los músicos. Primero acordamos por $120 (por persona). ..donde, además de que le llevabamos gente para que comiera allí, nos pedía un porcentaje de eso que era destinado a nosotros ($80 nosotros y 40 él). El día del toque había subido el cubierto a $130 (obviamente 80 nosotros y 50 él). Luego del toque, al momento de cobrar el descarado escondió varias facturas,y puso excusa con otras, un total de 10 personas de las cuales no recibimos la paga. Supuestamente 8 no le habían pagado (por el mal servicio que recibieron, esperaron más de 2hs la comida y seguían sin traerla), pero ese no es problema nuestro, por lo que nos debió haber pagado. Luego había otro hombre extranjero que estaba con su pareja en sillas fuera (como todo restaurant que tiene sillas en la vereda) lo insólito es que le cobró los 130 al hombre pero no nos lo pagó por estar afuera. Otro problema al cobrar fue que uno de los familiares de uno de nosotros pagó con tarjeta de crédito y no nos quería pagar esa suma tampoco (total de 9 personas), supuestamente lo giraba luego... pero después de presionarlo un poco porque conocemos cómo funcionan las tarjetas, aceptó pagar. En conclusión una estafa de lo lindo, un lugar horrible y macabro para ir . La pizza no estaba fea (hay que ser sinceros) pero la pésima atención, la demora y la estafa.... además de los precios altos (320 una pizza con muzzarella). Lo que me faltó decir fue que supuestamente los vecinos se quejaban de los ruidos y quería que tocaramos a un volumen muy bajo (cosa que tocamos lo más bajo que pudimos, porque lo entendimos)


En resumen, si llegan a ir a BarMacana, por favor no pidan ni un vaso de agua.

Miliv out