jueves, 29 de octubre de 2020

Escribir por escribir - Trento, el abogado

El cuerpo, y en especial la mente, le estaban pasando la factura de las intranquilas 6 horas que durmió en los últimos 3 días. En su carrera había tenido casos así de difíciles, o incluso más, pero ninguno tan importante como éste. No sólo porque se trataba de alguien mediático, o porque la pena no eran unos años de cárcel que por buena conducta siempre son menos, sino que el fiscal había pedido nada más y nada menos que la pena capital. La cobertura de esta torta es que, encima de todo, se trata de la esposa de su mejor amigo. ¿Y la frutilla? Que la mejor evidencia que tenía para demostrar la inocencia de ella acababa de perderla de la manera más tonta posible. Porque obviamente, era inocente. Algo que en su negocio era en cierta forma irrelevante, pero en este caso lo hacía aún más doloroso.
Quizás decirle evidencia era un poco frío, cuando en realidad estamos hablando de un testigo ocular de lo sucedido aquella noche: un niño de apenas 7 años, el cual había sido secuestrado de su lado hacía unas horas. 
El único atisbo de consuelo es que los secuestradores prometieron devolverlo sano y salvo una vez terminado el juicio. Al menos cargaría con una vida y no dos, en caso de fallar.

Pero Trento no tenía planeado fallar. En su extenso vocabulario producto de kilómetros de hojas leídas, esa palabra no tenía cabida. Como había aprendido de su madre, tendría que dividir para vencer. El primer paso era demostrar la inocencia de Ángela, y luego sí ir a por el verdadero culpable de todo esto. 
Pero la falta de sueño y la proximidad a la fecha del juicio estaban haciendo que fuera un desafío enorme. Pidiendo el catorceavo litro de café de esta maratón, decidió dar un paseo por su plaza favorita, a ver si la inspiración le caía como la pelusa primaveral.

Estaba sumido en sus pensamientos hasta que el timbre de la bici de una niña lo trae de vuelta a la realidad. No recordaba escuchar un timbre así desde que era chico, cuando su propia hermana hacía sonar el suyo. Ese recuerdo le trajo a su vez otro, una especie de método que habían desarrollado cuando niños y aprovechado durante la etapa liceal, pero que por esas cosas de la vida hacía tiempo ya que no utilizaba. En la escuela Trento era un niño muy sensible, por decirlo de una manera elegante. La verdad es que lloraba por cualquier cosa. Su hermana mayor, cansada de verlo sufrir, decide ayudarlo con este problema, de la manera más terapia-de-shockeante posible: todos los días, durante un buen rato se dedica a decirle cosas horribles, cualquier tipo de barbaridad insultante, para luego, pasado ya ese tiempo, actuar como si nada hubiera pasado, siguiendo siendo los mejores amigos que eran. Al principio fue muy duro, estas “sesiones” -como le gustaba llamarlas a ella- primero lo hacían llorar. Luego esa tristeza se transformaba en rabia, esa ira que te hace temblar todo el cuerpo. Pero con el tiempo eso fue generando una coraza, una barrera de imperturbabilidad, que no se daba sola, él tenía que buscarla, activarla si se quiere. 

Analizándolo hoy, tantos años después, con sus años de experiencia en la abogacía, reflexiona qué gran valor se perdió este rubro, porque la elocuencia necesaria para poder día tras día decirle exactamente lo necesario para calarle, sin caer en la repetición o la trivialidad, es asombrosa. Pero bueno, no por casualidad su hermana se dedicó al periodismo.
Sentado en uno de los bancos de la plaza, cerró los ojos, exhaló hondo y empezó simbólicamente a ponerse esa armadura, pieza por pieza, cada una haciéndole sentir más liviano cada vez, en lugar de más pesado. Al terminar, se sentía flotando, viendo sus preocupaciones desparramadas por el piso. Fue de una en una, con un imaginario mazo de juez en la mano. 

Rob, su amigo y esposo de la defendida: pese a todo, soy su mejor opción. Martillazo. Niño testigo: esta gente son delincuentes de guante blanco, no van a complicarse la vida haciendo daño a un niño inocente, y en el peor de los casos, ya no hay nada que pueda hacer yo, no soy detective. Martillazo. Ángela, mi querida Ángela, siempre pienso que todo podría haber sido tan diferente si aquella noche en la que Rob y yo las conocimos a ti y a tu amiga, yo me hubiera sentado en frente a ti y no él. La verdad es que aún tantos años después sigo enamorado de ti, pero esos sentimientos son irrelevantes en lo que respecta al caso, por lo que de aquí a que termine, serás única y exclusivamente mi clienta. No más sentimientos reprimidos que me nublen el juicio.

Trento se paró del banco y se dirigió a su oficina, con la mirada extraña, entre penetrante y perdida. Le llevó un esfuerzo muy grande mantener la armadura puesta, nunca un caso lo había tocado tan de cerca, lógicamente. Pero aprovechando este estado mental, decidió arrancar el caso desde cero, como si fuera el primer día. Repasó una a una todas las evidencias, todas las transcripciones de las declaraciones y con esta nueva óptica estaba arribando a una conclusión a la cual ni esta armadura podía protegerlo. “¿Y si en verdad no es inocente?” anotó en un papel, para plasmar en el mundo físico y darle un poco más de realidad a este pensamiento tan inicialmente absurdo. Y por primera vez en mucho tiempo, se tiró en el sillón y durmió una corta pero necesaria siesta.

 


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