martes, 28 de marzo de 2017

Ejercicio Nº 20 - Dunn Rury

Habiendo pasado una hora del atardecer de aquel sábado de primavera, existían sólo tres cosas que Dunn Rury podía estar haciendo en ese momento: leyendo, tomando whisky, o cocinando alguna de sus bebidas caseras, siendo hidromiel y cerveza sus preferidas. En esta oportunidad, estaba haciendo las tres a la vez: leyendo El origen de Excalibur, con un vaso de un single malt de 18 años envejecido en barricas de cerezo en su mesita de lectura, mientras esperaba que hirviera una mezcla de hidromiel con eucalipto.

Rury, que había nacido y vivido toda su vida en un pequeño pueblo de Escocia, tenía a la sazón 75 años. Desde los 14 se había dedicado a la herrería, primero como ayudante de su padre, y luego de que éste falleciera, había continuado con el negocio familiar, fundado cinco generaciones atrás. El secreto de la excelente calidad de los productos Rury radicaba en la inclusión de distintos tipos de hierros (en porcentajes que sólo ellos conocían), traídos de diversas partes del país. Desde que enviudó de su esposa hace tres años, era cada vez menos el tiempo que dedicaba a su profesión. Aunque hay que reconocer que no sólo la falta de entusiasmo era la razón, desde las grandes ciudades provenían herramientas y utensilios creados industrialmente que, aunque de peor calidad, tenían un precio bastante inferior. Es por eso que más que nada realizaba encargos puntuales o muy personalizados.

Los Rurys no tenían hijos, por lo que el negocio familiar moriría con él. Algo que quizás no fuera tan grave, pensaba Dunn, considerando las circunstancias actuales. Mejor que sea por falta de descendencia que por falta de trabajo. Por más que ya casi nunca pensaba en ello, él y su difunta esposa Melania sí habían tenido un hijo, que de hecho fue la razón que hizo que Dunn sentara cabeza y le propusiera matrimonio, luego de una juventud muy revoltosa, por decirlo de una manera decorosa. Sin embargo, cuando apenas tenía seis meses de vida, la pequeña criatura contrajo una neumonía y murió. En sólo medio año, los Rurys habían pasado de vivir el momento más feliz de sus vidas, al más traumático que a un padre le puede acontecer. Les llevo una década poder hablar del tema sin que sus voces se quebraran y las lágrimas aparecieran.

Mientras Dunn leía su libro y disfrutaba su whisky, alguien tocó a la puerta. Tomó la temperatura de la hidromiel y estimó que todavía faltarían más de 20 minutos para el siguiente paso de su improvisada receta, por lo que se despreocupó y fue a abrir la puerta; un sábado a esta hora no debe ser nada importante, pensó. Su suposición se demostró equivocada, pues al abrir la puerta se encontró ni más ni menos que con el gobernador del pueblo, el señor Webster. Dunn, que vestía una camisa blanca y unos amplios pantalones marrones con tiradores, enseguida pensó que estaba demasiado mal vestido para recibir a alguien así, pero qué diablos, el hombre ya estaba allí, digamos que no tenía la posibilidad de ir a cambiarse ahora.
“Gobernador Webster, qué sorpresa, ¿desea pasar?”
“Señor Rury, disculpe que lo moleste a estas horas. Sí, con su permiso.” Webster se quitó el sombrero y entró, Dunn lo guió hasta el estar y lo invitó a tomar asiento. El gobernador se sentó y apoyó en su regazo un enorme y antiguo libro que traía consigo.
“¿Le molesta si lo tuteo?” comenzó el gobernador, que se veía un tanto nervioso.
“No, para nada.”
“Mira Dunn, la razón por cual he venido a importunarte, es porque necesito tu ayuda.”
“Sí, dime lo que necesitas.” Echando un vistazo al libro agregó, “¿Acaso quieres hacerle una inscripción en bronce a ese imponente libro?”
“Perdona, me he expresado mal. No soy yo quien necesita tu ayuda, es el pueblo entero. Y no es un asunto de herrería.” A esto Dunn frunció el ceño y pensó que quizás quisieran que él se encargue de proveer las bebidas en alguna de las tantas celebraciones del pueblo. Como no respondió nada, el gobernador prosiguió. “Sólo ocho personas saben lo que estoy a punto de revelarte, y voy a necesitar tu total discreción.” Las pobladas cejas canosas de Dunn se juntaron aún más, hasta casi tocarse, pero asintió sin decir palabra.
“No queremos que se haga público para que no cunda el pánico, pero la verdad es que hace dos días que el manantial de agua que corre por debajo del pueblo ¡se secó! Estamos funcionando sólo con la reserva, ¡y nos queda sólo una semana!”
“Gobernador, no tiene que decir más. Tiene a su total disposición mi reserva personal de agua. Debo tener entre 2000 y 2400 litros, y si justo hubiera venido unas horas antes, tendría más, pero en este momento estoy cocinando un lote de hidromiel.”
“Dunn, tu ofrecimiento es muy generoso, y quizás tengamos que aceptarlo, pero no es por eso que he venido.” Hizo una extraña pausa y tamborileó con sus dedos sobre la cubierta del libro. “Lo que estoy por contarte muy probablemente te parezca descabellado, pero te confieso que ya hemos intentado todo, tanto con ingenieros locales como de la ciudad. Como sabes, el encargado de la biblioteca y archivo del pueblo es uno de los miembros del Consejo, y ayer recordó haber leído en este libro sobre una profecía que es un calco de nuestra situación actual. No quiero aburrirte con ella, porque es bastante extensa, pero en resumen, se interpreta que la persona de más edad del pueblo es la única que puede devolver el agua al manantial, y revisando el Libro de Actas del pueblo, desde que falleció Samuel hace dos meses, tú pasaste a ser el más anciano del pueblo. Aunque el término aplique muy mal a tu condición.” agregó el gobernador luego de mirar de arriba a abajo a Dunn. Lo cual era muy atinado, ya que pese a sus tres cuartos de siglo, el viejo herrero mantenía una vitalidad envidiable y un cuerpo sano y aún fibroso.
Cuando el gobernador terminó de hablar, la mente de Dunn se bifurcó como un río con una isla en medio. Su mente más conservadora tomó el cauce norte y le decía que era una locura lo que este hombre acababa de decirle. No solo una locura, sino también una tontería y una pérdida de tiempo. ¿Cómo un cuento escrito hace cuántas decenas de años iba a poder ayudarlos en este problema? Y encima de eso, él mismo era el supuesto protagonista del cuento.

Pero por el cauce sur navegaba su mente más soñadora, la que inconscientemente lo animaba a seguir viviendo pese a las tragedias, su mente responsable de que sintiese esa fascinación por leyendas como la del Rey Arturo. Y esa mente le susurraba que esto era lo que sin pensarlo, había esperado toda su vida. Era una demostración de que el mundo no es tan lineal y aburrido como parece, y que existen cosas desconocidas, mágicas incluso, que sólo se develan en pequeñas oportunidades como ésta. Al final, la curiosidad pudo más que la razón, y con una enigmática sonrisa en el rostro, Dunn le contestó “Cuéntame Webster, ¿qué necesitas exactamente que haga?”

Ejercicio Nº 18 - Oficina

Al fin viernes. Elisa había tenido una de esas semanas agotadoras. En el trabajo el teléfono no le daba respiro, se aproximaban las vacaciones de Julio y pareciera que todo el mundo había dejado para último momento la compra de pasajes. Como ella es una persona muy calmada, que le gusta tomarse su tiempo para hacer las cosas, esto la trastocaba. Pero no había sido sólo el trabajo, en el gimnasio la profesora se tomó licencia y su remplazo le exigía mucho más de lo que pretendía dar. Al fin y al cabo, ella sólo quería bajar dos o tres kilitos para llegar a su peso ideal, no pretendía correr ninguna maratón ni nada que se le parezca. Y como frutilla de la torta, Míster T, el cachorro de labrador que encontró en la calle hace unos meses, digamos que estaba un tanto descompuesto, por lo que tenía que sacarlo muy seguido, y a horas insólitas.

Mientras Elisa esperaba que se enfríe un poco su cortado, recorría su carpeta de MP3, tratando de decidirse entre música clásica y jazz. Al notar que había pasado ya un minuto entero, recordó una de las tantas charlas con su psicólogo acerca de su paralizante indecisión, y eligió clásica, justificándose en que a la noche tendría alguna chance de escuchar jazz en el after office con la gente del trabajo, pero que seguro no habría música clásica. Mucha de la indecisión de Elisa provenía de este afán de sobre analizar cada aspecto de su vida, por más trivial que fuera. La única excepción era al interactuar con otras personas, ya que ella era muy extrovertida y charlatana, lo que implicaba que todo su análisis lo hacía post-mortem, luego de ya haber hablado más de la cuenta y metido la pata.

Apenas había dado un sorbo a su cortado, cuando apareció delante de su cubículo Silvina, su amiga y compañera de trabajo. La recién llegada tenía su clásica sonrisa picarona, que hacía juego son sus ojos, que decían exactamente lo mismo. Aunque Elisa era muy inteligente y perspicaz, no se requería ninguna de esas virtudes para darse cuenta de que su amiga, una vez más, le traía un nuevo chisme sobre Matías. El susodicho era un compañero de ellas que trabajaba en otra sección, por lo que mucho no lo veía. Era un muchacho unos diez años menor que ellas, de 27 o 28 años, que era evidente que estaba atrás de Elisa.
Pese a que se podría decir que era lindo y simpático, a Elisa no le llamaba la atención en lo más mínimo. Le costaba admitirlo, pero la falta de interés tenía como raíz que ella ya tenía su corazón hipotecado en Víctor de contabilidad.
Silvina le hizo un gesto con las manos para que se quite los auriculares, mientras se inclinaba sobre unos papeles, intentando fingir que hablaban de trabajo.
“Eli, adiviná quién está preguntando qué música te gusta, para armar un karaoke en el after de hoy.”
“¿Karaoke? Mirá…” contestó Elisa un tanto sorprendida. “Se ve que está haciendo sus deberes el nene.” Y se rió por la nariz. A ella le encantaba el karaoke y con ese gesto Matías había subido una décima de punto en su tabla.
“Silly, ¿sabes si Víctor va?” Silvina no era ni cerca tan inteligente como Elisa y como era sumamente atropellada, su amiga la había bautizado con el apodo de Silly, tonta en inglés, que lejos de molestarle, se reía de su propia torpeza.
“Ni idea, pero la verdad lo dudo. Si es tremendo aburrido.” agregó, para molestar a su amiga, que le devolvió un reboleo de ojos. “Pero vos tranqui Eli, yo te averiguo.” y se fue rápido, sin siquiera mirarla, para que no le dé tiempo de negárselo. A esta altura de la vida, vergüenza ya le quedaba muy poca, pero Silvina a veces podía ser la indiscreción en persona.

Dos horas después del encuentro con su amiga, a Eli le llega un mensaje de ella al celular: “Va. No preguntes cómo me enteré ;)
En el fondo, y aunque nunca se lo confesaría, Elisa tenía miedo de que Silvina tuviera razón en que Víctor es un poco aburrido. Ella no sabía demasiado de él, pero solían cortar para almorzar casi a la misma hora exacta. Más allá de los pocos datos que había obtenido (contador, 40 y pico, divorciado, reservado) ella sentía que lo conocía bien. Hablaba poco, pero cuando lo hacía valía la pena, ya que hacía bromas ingeniosas que ella agarraba enseguida y retrucaba, mientras los demás comensales se perdían en el camino; o hacía preguntas interesantes, que invitaban a la reflexión o a develar características propias, cosa que no era nada habitual en un almuerzo en la cocina de la oficina. Pero sus intervenciones eran más bien esporádicas y al no saber casi nada de su vida personal, era difícil poder conocerlo del todo.


Pero hoy Víctor se sumaría al after office, era una oportunidad única que Elisa llevaba esperando durante más de un mes, y que no quería desperdiciar...

Ejercicio Nº 16 - Café

Marcos dio Guardar al archivo que estaba editando en la computadora y se alejó del escritorio, para poder desperezarse con comodidad. Miró su reloj, eran las 16:48, hora ideal para ir a buscar su segundo café del día. En el momento en que se dispone a salir de su cubículo, ve por el rabillo del ojo que Laura, una de sus compañeras de trabajo, lo está observando. Decide ignorarla y proseguir en su búsqueda del preciado líquido marrón oscuro. Había avanzado apenas unos metros, cuando escucha tras de sí el sonido de unos tacones. Más precisamente, los tacones de Laura. Inconfundibles, porque de sus tres compañeras mujeres, es la única que los usa. Lo mismo sucede con sus faldas, varios centímetros por arriba de la rodilla.
Al llegar a la máquina expendedora del vital elemento, presiona la combinación de su preparación favorita y en seguida saca su celular del bolsillo y finge hacer algo en él, que requiere suma atención. Luego de haber utilizado esta táctica para salvarse de saludar a varias personas por la calle y de ahorrarse decenas de incómodas e infructuosas charlas de ascensor, Marcos supuso que ésta no sería la excepción. Parece que no la conociera… Se nota que le venía bien ese café.

Laura caminaba detrás de él con mirada decidida, mientras con una mano acomodaba su melena rubia, con la otra se cercioraba con disimulo de que sólo los dos últimos botones de su blusa estuvieran desprendidos. No quería utilizar su estupendo escote en el primer ataque. Al menos no al principio. Al notar que Marcos planeaba hacerse el indiferente con el truco del celular, no pudo evitar que se le escape una media sonrisa. A ella le gustaban los desafíos, y que él no la desvistiese con la mirada como sus demás compañeros era lo que más le atraía de ese joven de 25 años. Bueno, eso, y su aspecto de actor de televisión y su físico de jugador de fútbol profesional.
Cuando Laura llegó a la máquina, simplemente se paró frente a él y lo observó por dos segundos. Tiempo suficiente para que Marcos trague saliva con sumo disimulo. Laura casi sintió pena por su presa. Casi.

Maldición. Pensó Marcos luego de que los nervios lo traicionen y le obliguen a tragar saliva. Gracias a su mente de informático, evaluó en una fracción de segundo sus posibilidades. La más obvia y tentadora era seguirle el juego, que muy posiblemente termine en acostarse con ella. ¿Y después? Dudaba que tuviera alguna implicancia a nivel laboral, como que lo despidieran o algo similar, pues suponía que no sería el primero de todas formas. Pero ese tipo de mujeres, por más hermosas que le parecieren, le generaban un rechazo que anulaba cualquier belleza o cuerpo despampanante, porque odiaba el hecho de que mediante manipulaciones obtuviesen siempre lo que quieren. Decirles que No a este tipo de personas, que sólo escuchan Sí durante toda su vida, era una tarea difícil, pero alguien tenía que hacerla.
Siendo esa la única alternativa, decidió aplicar la vieja máxima de que no hay mejor defensa que un buen ataque:
"Laura, ¿qué pasó? Te quedaste como colgada." Y luego agregó con una mirada sarcástica "¿Necesitás ayuda con la máquina de café?"
La mirada de Laura se endureció por una milésima de segundo, pero recuperó la compostura y le dedicó una sonrisa de dientes perfectos.
"No, no, muchas gracias. Me quedé mirándote porque me preguntaba si realmente te gusta este café asqueroso  o si lo tomás porque es lo único que hay."
"No es una maravilla, pero me parece que no está mal."
"¿Que no está mal? Ay Marcos, por favor." Laura hizo una brevísima pausa, simulando pensar. "Tengo una idea, ¿por qué no vamos después del trabajo a una cafetería que hay no muy lejos de acá?"
Mientras él pensaba qué responderle, agregó "Ojo, si después de probar un café de verdad te negás a seguir tomando esta porquería, ¡no me eches la culpa!"
"Te agradezco, pero creo que paso. Viste lo que dicen del malo conocido y esas cosas."
Al ver la débil respuesta de Marcos, Laura se envalentonó.
"¿Qué pasa? ¿Tenés miedo de que te guste?"
Marcos empezaba a impacientarse. Estaba claro que ya no estaban hablando de café.
"En realidad, ya he probado esos tipos de cafés varias veces. Generalmente, aunque los veo humeantes, al tomarlos los encuentro mucho menos calientes de lo que aparentan, como recalentados. Además de que les siento un sabor muy superficial. O mejor dicho, artificial."

Y agarrando su café ya preparado por la máquina, le dio un largo y sonoro sorbo sin perder contacto visual con ella, y se dirigió sin mediar más palabra hacia su cubículo.