Marcos dio Guardar al archivo que estaba editando en la computadora y
se alejó del escritorio, para poder desperezarse con comodidad. Miró su reloj,
eran las 16:48, hora ideal para ir a buscar su segundo café del día. En el
momento en que se dispone a salir de su cubículo, ve por el rabillo del ojo que
Laura, una de sus compañeras de trabajo, lo está observando. Decide ignorarla y
proseguir en su búsqueda del preciado líquido marrón oscuro. Había avanzado
apenas unos metros, cuando escucha tras de sí el sonido de unos tacones. Más
precisamente, los tacones de Laura. Inconfundibles, porque de sus tres
compañeras mujeres, es la única que los usa. Lo mismo sucede con sus faldas,
varios centímetros por arriba de la rodilla.
Al llegar a la máquina expendedora del vital elemento, presiona la
combinación de su preparación favorita y en seguida saca su celular del
bolsillo y finge hacer algo en él, que requiere suma atención. Luego de haber
utilizado esta táctica para salvarse de saludar a varias personas por la calle
y de ahorrarse decenas de incómodas e infructuosas charlas de ascensor, Marcos
supuso que ésta no sería la excepción. Parece que no la conociera… Se nota que
le venía bien ese café.
Laura caminaba detrás de él con mirada decidida, mientras con una mano
acomodaba su melena rubia, con la otra se cercioraba con disimulo de que sólo
los dos últimos botones de su blusa estuvieran desprendidos. No quería utilizar
su estupendo escote en el primer ataque. Al menos no al principio. Al notar que
Marcos planeaba hacerse el indiferente con el truco del celular, no pudo evitar
que se le escape una media sonrisa. A ella le gustaban los desafíos, y que él
no la desvistiese con la mirada como sus demás compañeros era lo que más le
atraía de ese joven de 25 años. Bueno, eso, y su aspecto de actor de televisión
y su físico de jugador de fútbol profesional.
Cuando Laura llegó a la máquina, simplemente se paró frente a él y lo
observó por dos segundos. Tiempo suficiente para que Marcos trague saliva con
sumo disimulo. Laura casi sintió pena por su presa. Casi.
Maldición. Pensó Marcos luego de que los nervios lo traicionen y le obliguen a
tragar saliva. Gracias a su mente de informático, evaluó en una fracción de
segundo sus posibilidades. La más obvia y tentadora era seguirle el juego, que
muy posiblemente termine en acostarse con ella. ¿Y después? Dudaba que tuviera
alguna implicancia a nivel laboral, como que lo despidieran o algo similar,
pues suponía que no sería el primero de todas formas. Pero ese tipo de mujeres,
por más hermosas que le parecieren, le generaban un rechazo que anulaba
cualquier belleza o cuerpo despampanante, porque odiaba el hecho de que
mediante manipulaciones obtuviesen siempre lo que quieren. Decirles que No a
este tipo de personas, que sólo escuchan Sí durante toda su vida, era una tarea
difícil, pero alguien tenía que hacerla.
Siendo esa la única alternativa, decidió aplicar la vieja máxima de que
no hay mejor defensa que un buen ataque:
"Laura, ¿qué pasó? Te quedaste como colgada." Y luego agregó
con una mirada sarcástica "¿Necesitás ayuda con la máquina de café?"
La mirada de Laura se endureció por una milésima de segundo, pero
recuperó la compostura y le dedicó una sonrisa de dientes perfectos.
"No, no, muchas gracias. Me quedé mirándote porque me preguntaba
si realmente te gusta este café asqueroso o si lo tomás porque es lo único que
hay."
"No es una maravilla, pero me parece que no está mal."
"¿Que no está mal? Ay Marcos, por favor." Laura hizo una brevísima
pausa, simulando pensar. "Tengo una idea, ¿por qué no vamos después del
trabajo a una cafetería que hay no muy lejos de acá?"
Mientras él pensaba qué responderle, agregó "Ojo, si después de
probar un café de verdad te negás a seguir tomando esta porquería, ¡no me eches
la culpa!"
"Te agradezco, pero creo que paso. Viste lo que dicen del malo
conocido y esas cosas."
Al ver la débil respuesta de Marcos, Laura se envalentonó.
"¿Qué pasa? ¿Tenés miedo de que te guste?"
Marcos empezaba a impacientarse. Estaba claro que ya no estaban hablando
de café.
"En realidad, ya he probado esos tipos de cafés varias veces. Generalmente,
aunque los veo humeantes, al tomarlos los encuentro mucho menos calientes de lo
que aparentan, como recalentados. Además de que les siento un sabor muy
superficial. O mejor dicho, artificial."
Y agarrando su café ya preparado por la máquina, le dio un largo y
sonoro sorbo sin perder contacto visual con ella, y se dirigió sin mediar más
palabra hacia su cubículo.
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