martes, 28 de marzo de 2017

Ejercicio Nº 18 - Oficina

Al fin viernes. Elisa había tenido una de esas semanas agotadoras. En el trabajo el teléfono no le daba respiro, se aproximaban las vacaciones de Julio y pareciera que todo el mundo había dejado para último momento la compra de pasajes. Como ella es una persona muy calmada, que le gusta tomarse su tiempo para hacer las cosas, esto la trastocaba. Pero no había sido sólo el trabajo, en el gimnasio la profesora se tomó licencia y su remplazo le exigía mucho más de lo que pretendía dar. Al fin y al cabo, ella sólo quería bajar dos o tres kilitos para llegar a su peso ideal, no pretendía correr ninguna maratón ni nada que se le parezca. Y como frutilla de la torta, Míster T, el cachorro de labrador que encontró en la calle hace unos meses, digamos que estaba un tanto descompuesto, por lo que tenía que sacarlo muy seguido, y a horas insólitas.

Mientras Elisa esperaba que se enfríe un poco su cortado, recorría su carpeta de MP3, tratando de decidirse entre música clásica y jazz. Al notar que había pasado ya un minuto entero, recordó una de las tantas charlas con su psicólogo acerca de su paralizante indecisión, y eligió clásica, justificándose en que a la noche tendría alguna chance de escuchar jazz en el after office con la gente del trabajo, pero que seguro no habría música clásica. Mucha de la indecisión de Elisa provenía de este afán de sobre analizar cada aspecto de su vida, por más trivial que fuera. La única excepción era al interactuar con otras personas, ya que ella era muy extrovertida y charlatana, lo que implicaba que todo su análisis lo hacía post-mortem, luego de ya haber hablado más de la cuenta y metido la pata.

Apenas había dado un sorbo a su cortado, cuando apareció delante de su cubículo Silvina, su amiga y compañera de trabajo. La recién llegada tenía su clásica sonrisa picarona, que hacía juego son sus ojos, que decían exactamente lo mismo. Aunque Elisa era muy inteligente y perspicaz, no se requería ninguna de esas virtudes para darse cuenta de que su amiga, una vez más, le traía un nuevo chisme sobre Matías. El susodicho era un compañero de ellas que trabajaba en otra sección, por lo que mucho no lo veía. Era un muchacho unos diez años menor que ellas, de 27 o 28 años, que era evidente que estaba atrás de Elisa.
Pese a que se podría decir que era lindo y simpático, a Elisa no le llamaba la atención en lo más mínimo. Le costaba admitirlo, pero la falta de interés tenía como raíz que ella ya tenía su corazón hipotecado en Víctor de contabilidad.
Silvina le hizo un gesto con las manos para que se quite los auriculares, mientras se inclinaba sobre unos papeles, intentando fingir que hablaban de trabajo.
“Eli, adiviná quién está preguntando qué música te gusta, para armar un karaoke en el after de hoy.”
“¿Karaoke? Mirá…” contestó Elisa un tanto sorprendida. “Se ve que está haciendo sus deberes el nene.” Y se rió por la nariz. A ella le encantaba el karaoke y con ese gesto Matías había subido una décima de punto en su tabla.
“Silly, ¿sabes si Víctor va?” Silvina no era ni cerca tan inteligente como Elisa y como era sumamente atropellada, su amiga la había bautizado con el apodo de Silly, tonta en inglés, que lejos de molestarle, se reía de su propia torpeza.
“Ni idea, pero la verdad lo dudo. Si es tremendo aburrido.” agregó, para molestar a su amiga, que le devolvió un reboleo de ojos. “Pero vos tranqui Eli, yo te averiguo.” y se fue rápido, sin siquiera mirarla, para que no le dé tiempo de negárselo. A esta altura de la vida, vergüenza ya le quedaba muy poca, pero Silvina a veces podía ser la indiscreción en persona.

Dos horas después del encuentro con su amiga, a Eli le llega un mensaje de ella al celular: “Va. No preguntes cómo me enteré ;)
En el fondo, y aunque nunca se lo confesaría, Elisa tenía miedo de que Silvina tuviera razón en que Víctor es un poco aburrido. Ella no sabía demasiado de él, pero solían cortar para almorzar casi a la misma hora exacta. Más allá de los pocos datos que había obtenido (contador, 40 y pico, divorciado, reservado) ella sentía que lo conocía bien. Hablaba poco, pero cuando lo hacía valía la pena, ya que hacía bromas ingeniosas que ella agarraba enseguida y retrucaba, mientras los demás comensales se perdían en el camino; o hacía preguntas interesantes, que invitaban a la reflexión o a develar características propias, cosa que no era nada habitual en un almuerzo en la cocina de la oficina. Pero sus intervenciones eran más bien esporádicas y al no saber casi nada de su vida personal, era difícil poder conocerlo del todo.


Pero hoy Víctor se sumaría al after office, era una oportunidad única que Elisa llevaba esperando durante más de un mes, y que no quería desperdiciar...

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