Al fin viernes. Elisa había tenido una de esas semanas agotadoras. En el
trabajo el teléfono no le daba respiro, se aproximaban las vacaciones de Julio
y pareciera que todo el mundo había dejado para último momento la compra de
pasajes. Como ella es una persona muy calmada, que le gusta tomarse su tiempo
para hacer las cosas, esto la trastocaba. Pero no había sido sólo el trabajo,
en el gimnasio la profesora se tomó licencia y su remplazo le exigía mucho más
de lo que pretendía dar. Al fin y al cabo, ella sólo quería bajar dos o tres
kilitos para llegar a su peso ideal, no pretendía correr ninguna maratón ni
nada que se le parezca. Y como frutilla de la torta, Míster T, el cachorro de
labrador que encontró en la calle hace unos meses, digamos que estaba un tanto
descompuesto, por lo que tenía que sacarlo muy seguido, y a horas insólitas.
Mientras Elisa esperaba que se enfríe un poco su cortado, recorría su
carpeta de MP3, tratando de decidirse entre música clásica y jazz. Al notar que
había pasado ya un minuto entero, recordó una de las tantas charlas con su
psicólogo acerca de su paralizante indecisión, y eligió clásica, justificándose
en que a la noche tendría alguna chance de escuchar jazz en el after office con
la gente del trabajo, pero que seguro no habría música clásica. Mucha de la
indecisión de Elisa provenía de este afán de sobre analizar cada aspecto de su
vida, por más trivial que fuera. La única excepción era al interactuar con
otras personas, ya que ella era muy extrovertida y charlatana, lo que implicaba
que todo su análisis lo hacía post-mortem, luego de ya haber hablado más de la
cuenta y metido la pata.
Apenas había dado un sorbo a su cortado, cuando apareció delante de su
cubículo Silvina, su amiga y compañera de trabajo. La recién llegada tenía su
clásica sonrisa picarona, que hacía juego son sus ojos, que decían exactamente
lo mismo. Aunque Elisa era muy inteligente y perspicaz, no se requería ninguna
de esas virtudes para darse cuenta de que su amiga, una vez más, le traía un
nuevo chisme sobre Matías. El susodicho era un compañero de ellas que trabajaba
en otra sección, por lo que mucho no lo veía. Era un muchacho unos diez años
menor que ellas, de 27 o 28 años, que era evidente que estaba atrás de Elisa.
Pese a que se podría decir que era lindo y simpático, a Elisa no le llamaba
la atención en lo más mínimo. Le costaba admitirlo, pero la falta de interés
tenía como raíz que ella ya tenía su corazón hipotecado en Víctor de
contabilidad.
Silvina le hizo un gesto con las manos para que se quite los auriculares,
mientras se inclinaba sobre unos papeles, intentando fingir que hablaban de
trabajo.
“Eli, adiviná quién está preguntando qué música te gusta, para armar un
karaoke en el after de hoy.”
“¿Karaoke? Mirá…” contestó Elisa un tanto sorprendida. “Se ve que está
haciendo sus deberes el nene.” Y se rió por la nariz. A ella le encantaba el
karaoke y con ese gesto Matías había subido una décima de punto en su tabla.
“Silly, ¿sabes si Víctor va?” Silvina no era ni cerca tan inteligente como
Elisa y como era sumamente atropellada, su amiga la había bautizado con el
apodo de Silly, tonta en inglés, que lejos de molestarle, se reía de su propia
torpeza.
“Ni idea, pero la verdad lo dudo. Si es tremendo aburrido.” agregó, para
molestar a su amiga, que le devolvió un reboleo de ojos. “Pero vos tranqui Eli,
yo te averiguo.” y se fue rápido, sin siquiera mirarla, para que no le dé
tiempo de negárselo. A esta altura de la vida, vergüenza ya le quedaba muy
poca, pero Silvina a veces podía ser la indiscreción en persona.
Dos horas después del encuentro con su amiga, a Eli le llega un mensaje de
ella al celular: “Va. No preguntes
cómo me enteré ;)”
En el fondo, y aunque nunca se lo confesaría, Elisa tenía miedo de que
Silvina tuviera razón en que Víctor es un poco aburrido. Ella no sabía
demasiado de él, pero solían cortar para almorzar casi a la misma hora exacta.
Más allá de los pocos datos que había
obtenido (contador, 40 y pico, divorciado, reservado) ella sentía que lo
conocía bien. Hablaba poco, pero cuando lo hacía valía la pena, ya que hacía
bromas ingeniosas que ella agarraba enseguida y retrucaba, mientras los demás
comensales se perdían en el camino; o hacía preguntas interesantes, que
invitaban a la reflexión o a develar características propias, cosa que no era
nada habitual en un almuerzo en la cocina de la oficina. Pero sus
intervenciones eran más bien esporádicas y al no saber casi nada de su vida
personal, era difícil poder conocerlo del todo.
Pero hoy Víctor se sumaría al after office, era una oportunidad única que
Elisa llevaba esperando durante más de un mes, y que no quería desperdiciar...
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