Hola, mi nombre es Ellie
Dale y no estaría recurriendo a ti si tuviera alguna otra opción, alguna otra
puerta que golpear. Pero no la tengo. Estoy completamente desesper…
Pausa. La imagen de
Ellie, de unos 15 años, queda en primer plano, estática.
“Así comienza el video
de YouTube que se ha vuelto viral, y que en sólo dos semanas ha alcanzado las
350.000 reproducciones.” comenta Thomas Bennet, reportero del noticiero del
horario central de Canal 6. “Les pido que presten mucha atención al pedido de colaboración
de esta pobre niña, porque quizás alguno de ustedes pueda ayudarla.”
Play.
...ada. Antes de
continuar, quisiera contarte mi historia desde el principio.
Todo comenzó como por
casualidad, en mi cumpleaños de 13 años. Desde hacía meses les pedía a mis
padres para ir a cenar a La ruleta del sabor, un restaurante muy
conocido, y muy caro, en Downtown, Los Ángeles, mi cuidad natal. Lo especial de
ese lugar, es que puedes probar comidas de lo más exóticas, de unos 30 países
diferentes. Y yo que nunca había salido de California, me moría de ganas de ir.
Busqué varias maneras de convencerlos, hasta que lo logré diciéndoles que ése
sería mi regalo de cumpleaños. Siendo que mi familia no es muy pudiente, ir
allí suponía todo un gasto.
El hecho es que fuimos
los tres a almorzar, comimos comidas riquísimas y extrañas, de distintos
lugares, y mientras elegíamos qué comer de postre, probé unos lichis, una fruta
típica de China, muy sabrosa. Cuando estaba por el tercero, sentí que mi lengua
crecía y se sentía pastosa. Al cabo de 20 segundos, mi cara estaba hinchada y
toda brotada. Tuvieron que llevarme de urgencia al hospital, donde me
diagnosticaron una severa reacción alérgica. Y es aquí donde comienza todo.
Mientras mi padre hacía
los trámites de internación, estando sólo con mi madre en la habitación, entra
el doctor y le pregunta a ella o su marido también son alérgicos, porque estas
enfermedades son genéticas, o hereditarias, algo así. En eso mi madre rompe en
llanto y se remite a decir “No lo sé. No lo sé.” Nos miramos extrañados con el
doctor, mi madre corre a abrazarme y sollozando me dice “No sabemos si tus
padres son alérgicos, porque no sabemos nada de ellos. Nosotros no somos tus
padres biológicos. Tu sus adoptada.”
Sus
palabras fueron con una piña en el estómago y sentí que estaba a punto de
vomitar. En eso entra mi padre, ve esta escena y antes de que piense lo peor,
el doctor se le acerca y le dice algo al oído, entonces viene corriendo y se
une al abrazo, también llorando.
Cuando esa misma noche
volvimos a casa, les pedí que me contaran toda la verdad. Sus explicaciones
fueron más bien vagas y centradas en ellos: en sus problemas para concebir, en
cómo lo vivieron a nivel emocional, en los problemas legales que implica una
adopción, pero nada de lo que a mí realmente me importaba, quiénes son mis
padres biológicos. Insistiéndoles en ello, sólo logré enterarme de que mi madre
biológica era una madre soltera, lo cual reducía mi búsqueda a la mitad, al
menos en principio. Viendo que mi investigación no prosperaba, decidí dejar de
presionarlos, porque con lo tercos que son, sabía que no me dirían nada más. De
ahí en más decidí fingir desinterés frente a ellos.
Dos semanas después, un
día en el que sabía que mis dos padres estarían trabajando fuera de casa por
varias horas, invité a mi mejor amigo Colin -a quien puse al tanto de toda la
situación desde el día uno- y juntos registramos la casa de arriba abajo, en
busca de cualquier pista que nos fuera útil. Luego de navegar durante horas
entre recibos, facturas, fotos de Raquel Welch con escasa ropa y cartas de
algún novio de mi madre de la secundaria, encontramos una especie de “contrato”
de una agencia de adopción. El padre de Colin es abogado, por lo que él alguna
noción de terminología legal tiene, y me dijo que como contrato era una
vergüenza, que parecía más un comprobante. Pero no me importó, porque tenía el
nombre de la agencia: Thuner LLP, ubicada en Sierra Madre, California.
Dedicamos diez días a
recabar la mayor cantidad de información posible de la agencia,
mayoritariamente por Internet. Para ser franca, no descubrimos demasiado. Es
una empresa pequeña, que roza la clandestinidad, con fama de no hacer
demasiadas preguntas a ninguna de las dos partes involucradas. Lo que en por
otras vías demora entre meses y años, en Thuner lo consigues en semanas, o un
par de meses a lo sumo. Como esto no fue muy útil, ahorré mis mesadas de dos
meses y nos compré dos pasajes de bus a Sierra Madre. Una vez allí conseguimos
hablar personalmente con William Thuner y su secretaria Linda, únicos empleados
de la agencia. Thuner era un hueso duro de roer, que fingiendo profesionalismo
alegó que lo que queríamos era información confidencial. Sin embargo, en el
escritorio de Linda vimos una foto de su familia, entonces decidimos esperar a
que finalizara su horario laboral y hablar con ella fuera de la oficina. Luego
de un café, algunas lágrimas y algo de manipulación sensiblera hablándole de
sus propios hijos, logramos la promesa de que el siguiente lunes nos enviaría
por email el nombre y una foto escaneada de mi madre.
Ese lunes nos escapamos
de clase y pasamos toda la mañana en la biblioteca, esperando el tan deseado
email. Linda cumplió con su palabra de manera excelente y a las 9:45 tenía en
mi bandeja de entrada un email suyo. Ni bien lo leí, sentí una vez más la
sensación de llegar a un callejón sin salida. El nombre que mi madre biológica
había dado a la agencia era claramente falso: Catherine Zeta-Jones. Suponíamos
que la fotografía era legítima, aunque sin un nombre, era difícil darle
utilidad. Pasamos unos días probando con algunos softwares de alteración
de imagen, tratando de ver cómo se vería “Catherine” con 13 años más, y luego
haciendo búsquedas reversas de imágenes, tanto con la foto original como con la
alterada, a ver si aparecía algún perfil en alguna red social o algo. Nada.
Otro callejón sin salida.
Dejé
pasar unos meses, porque el tema me estaba absorbiendo y se estaba empezando a
notar en el rendimiento en mis estudios, aunque todos los días dedicaba al
menos unos minutos en pensar cómo encontrarla. Confieso que esos minutos a
veces se convertían en horas. En determinado momento me di cuenta de que
nosotros dos solos nunca podríamos encontrarla, que necesitábamos más gente.
Mucha gente. Fue ahí cuando decidí ir a la policía con la historia de que mi
tía esquizofrénica se había escapado de casa, con la intención de que hicieran
circular su fotografía. La idea funcionó medianamente bien, porque vimos la
foto en algún que otro supermercado, pero no dio ningún fruto.
Es por eso que no se nos
ocurrió nada más que grabar este video y pedir que si alguien reconoce a la
mujer de esta fotografía, por favor se contacte conmigo. Y si no la conocen,
por favor compartan el video, háganlo circular, hasta que lleguemos a localizar
a mi madre. Muchas gracias.
Stop.
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