«Es curioso cuántas
cosas empiezan conmigo siendo arrojado a la cárcel», pensó Vasher.
Los guardias rieron
y cerraron la puerta de golpe. Vasher se levantó y se sacudió, meneó el hombro
y dio un respingo. Aunque la mitad inferior de la puerta era de gruesa madera,
la superior tenía barrotes, y pudo ver a los tres guardias abrir su mochila y rebuscar
entre sus pertenencias.
-Fragmento de El aliento de los dioses, de Brandon
Sanderson
Eso significaba que la siguiente etapa en su plan
estaba por comenzar. Si hay algo que Vasher detesta verdaderamente, pese a que
es extraordinario en ello, es improvisar. Es por eso que, misión a misión, va
dejando cada vez menos factores librados al azar, a quien considera su peor
enemigo.
Los guardias encontraron finalmente su bolsita de
cuero negro con una cantidad considerable de monedas de plata. Este era su pie
para comenzar a actuar, pues además de monedas, la bolsita contenía un
somnífero en polvo, extremadamente volátil. “Hey, tú, el de la nariz como un
garfio, tu nombre es Kelsier, ¿verdad?” comenzó Vasher. El más escuálido de los
tres guardias apenas echó una mirada de reojo hacia el reo y siguió con la
repartición del botín con sus compinches. Vasher sabía que no tenía mucho
tiempo, sacó los brazos a través de los barrotes hasta los codos y prosiguió su
provocación. “Eres el hermano de Mare, ¿no es así? La que trabaja cerca del
puerto.” Estas palabras comenzaban a hacer efecto, porque Kelsier le lanzó una
mirada de odio, pero aún faltaba más. “Con ese dinero podrías ayudarla a que
deje las calles. Anoche yo mismo ya empecé esa tarea, pagándole por un servicio
bastante deplorable, ya ni para eso sirve la pobre. Pero descuida, incluso de
dejé propina.” Las verdades duelen mucho más que las mentiras, Vasher sabía que
todo lo que le decía al guardia era cierto y que por el cariño que le tenía a
su hermana, lo haría enojar. Éste tomó un garrote y se acercó hacia Vasher,
pero mientras caminaba, empezó a tambalearse, hasta que se derrumbó
prácticamente en sus brazos, quien tuvo que estirarse un poco para arrastrarlo
hacia la puerta de la celda. Los otros dos guardias demoraron algunos segundos
más, pero al fin cayeron, el tasarie
melkar cumple con su función con escuálidos y fornidos por igual.
Vasher fácilmente accedió a las llaves que Kelsier
llevaba en la cintura y unos minutos más tarde ya había invertido los papeles
de quiénes se encontraban adentro y afuera de la celda, con un plus de mordazas
para los de adentro. Al volver a guardar las monedas en la bolsita y percibir
el tenue aroma del tasarie melkar, no
pudo evitar recordar a Sazed, su maestro, cuando tantos años atrás lo obligaba
a tomar aquellos asquerosos brebajes a diario, durante lo que a él le
parecieron siglos, para que su cuerpo se fuera haciendo poco a poco inmune a
determinados venenos y somníferos. «Donde quiera que estés, una vez más,
gracias maestro» pensó con nostalgia.
Trayendo a su mente el sencillo mapa que había
memorizado de la prisión, trazó un camino directo hasta las mazmorras,
partiendo desde lo que coloquialmente se llaman las “celdas de entrada”, por
ser donde se lleva inicialmente a los presos, antes de decidir si soltarlos al
otro día o convertirlos en huéspedes más o menos permanentes. Navegó los
pasillos de la prisión hasta llegar al último recodo antes de la puerta de las
mazmorras, puso su espalda contra la pared y cerró los ojos.
Vasher, al igual que su maestro Sazed, era un
Permutador, los cuales pertenecen a un ínfimo porcentaje de la población
mundial. Pero a diferencia de su maestro, había alcanzado el segundo nivel de
permutación, por más que aún no era ni la mitad de bueno de lo que era Sazed en
el primer nivel. Una permutación de primer nivel permite al permutador
intercambiar atributos de dos objetos distintos, utilizando un tercer objeto
especial como catalizador. En su caso utilizaba una pulsera que representaba el
ouroboros, la serpiente que se muerde
la cola, pulsera que por embarazosas razones ya no estaba en su poder, y esta
misión era el primer paso para recuperarla. El segundo nivel de permutación, en
cambio, permite el intercambio de atributos personales. La utilización del
catalizador es opcional, pues únicamente hace que el proceso sea más eficiente.
La habilidad del permutador radica en conocer qué atributos se combinan mejor
con qué otros, para que la pérdida en el proceso, tanto del atributo a
disminuir como de su propia energía, sea la menor posible.
Vasher aún era un aprendiz de este nivel, pero sabía
que una manera sencilla y barata de aumentar su sentido del oído era disminuir
en la misma proporción sus otros cuatro sentidos. Realizando esta permutación
pudo escuchar a dos guardias jugando algún juego de cartas y a un tercer
guardia roncando profundamente en la habitación contigua. Tomó de su mochila un
frasquito que contenía tasarie melkar,
pero no en polvo, sino mezclado con vinagre, lo que lo convertía en una pasta,
la cual usó para untar la punta de dos de sus cinco cuchillos arrojadizos. Giró
repentinamente y lanzó sendos cuchillos, el derecho se clavó en el brazo
izquierdo de un guardia, mientras que el izquierdo lo hizo en el muslo del
otro. «O empiezo a practicar mi puntería con la zurda, o empiezo a permutar
puntería antes de tirar» reflexionó Vasher con cierto enfado por no haber
acertado en el brazo también. Los guardias cayeron dormidos casi
instantáneamente. Abrió la puerta de las mazmorras y encontró un pasillo con
diez celdas a cada lado, que terminaba en una escalera descendente. Tomó un
manojo de llaves de la mesa y la antorcha que los pobres guardias durmientes ya
no necesitarían, así como también un comodín que uno de ellos tenía escondido en
su manga y empezó a alumbrar una a una las celdas en busca de su objetivo. Los
presos al despertarse y notar que no era un guardia empezaron a gritar
“¡Libéranos! ¡Sácanos de aquí!”. De repente uno de ellos lo reconoció y dudando
de sus dormidos ojos le preguntó “¿Tú eres Vasher? ¿EL Vasher?”. Todos los
demás reos se mantuvieron en silencio, expectantes de la respuesta del extraño
personaje. Vasher generalmente odiaba que su reputación lo precediera, pero en
este caso no le importó, y desplegando la sonrisa más enigmática que pudo
concebir, siguió investigando las celdas. “Pensé que ya no vendrías” escuchó
desde la celda a su espalda con tono socarrón. Se volvió y tuvo que esforzarse
porque la sorpresa no se transmitiera en su rostro. Su gran amigo Hammond, que
a la sazón contaría con unos 30 años, 5 menos que él, se veía fácilmente de 50,
sucio, barbudo y con una delgadez tal que aún en la tenue luz se veían sus
costillas. “Técnicamente, nunca me pediste que viniera” bromeó Vasher. Probó
algunas llaves hasta dar con la correcta, y le dijo “Vámonos de aquí, tenemos
mucho trabajo por delante. El primero de todos, limpiarte y arreglarte hasta
que te parezcas al Ham que recuerdo.”
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