martes, 27 de diciembre de 2016

Ejercicio Nº6 - Padre

​Silencio. Absoluto silencio.
Teniendo una hija liceal y madrugadora, viviendo en un pequeño apartamento de finas paredes de yeso en una calle poco transitada de Queens, lo último que esperaba escuchar Clark un jueves luego de apagar el despertador, era silencio.
Extrañado, se dirigió a la cocina, donde Megan a estas horas suele estar preparando uno de sus licuados. Nada; ningún indicio de actividad. 
Luego de pasar por el baño a lavarse la cara, se encaminó hacia el dormitorio de ella, 95% contento de poder burlarse de la dormilona y 5% preocupado, deber de todo buen padre. La puerta estaba abierta, y la cama, donde anoche vio durmiendo plácidamente a su niña al volver tarde a casa, perfectamente tendida. Megan muy rara vez hace algo más que estirar el acolchado vagamente hasta la almohada.
Clark cerró los ojos y sacudió la cabeza para intentar despertarse un poco más, a la vez que su nivel de preocupación subía en forma de cosquilleo helado por la espalda. Trotó de vuelta a su cuarto, en busca de su celular para llamarla, mientras en su interior albergaba la esperanza de que Megan haya tenido que ir temprano al liceo por algún motivo que olvidó mencionarle. Llamó, y mientras el tono de espera sonaba, sintió como si le dieran una patada en la boca del estómago al escuchar desde el cuarto de Megan, su celular sonando. Ella nunca en la vida hubiera salido de casa sin su teléfono. Jamás. Iba hasta al baño con él. Una vez incluso lo puso en una bolsa hermética para poder hablar con su mejor amiga mientras se bañaba. Su mente, incapaz de poder pensar en las implicancias de esto, se esmeraba por traer este tipo de recuerdos, inútiles en este momento.
Sentándose en su cama y apoyando los antebrazos sobre los muslos, Clark intentó calmarse, respirando honda y pausadamente. Decir que lo consiguió sería exagerar, pero al menos ya había vuelto a pensar con lucidez. Corrió de vuelta al cuarto de su pequeña y revisó la ventana. Estaba cerrada y no parecía haber sido forzada, pero estaba destrabada. Abrió la ventana y asomando la cabeza hacia afuera, fantaseó con la probabilidad de alguien subiendo por la escalera de emergencia, entrando por la ventana y secuestrando a su hija. Era ciertamente improbable, por lo que se sentó en el piso y comenzó a sopesar las alternativas. Si había olvidado su celular, debió haberse ido por alguna emergencia grave, pero en ese caso no haría su cama. Si tuvo que ir temprano al liceo, o se desveló y decidió salir caminando despacio, o cualquier alternativa similar, seguro hubiera llevado su teléfono. En el caso de habérselo olvidado, a los pocos metros habría vuelto a por él, al intentar usarlo para escuchar música. Poco a poco, la alternativa del secuestro iba abriéndose paso en el podio de la probabilidad. 
Dejando con dificultad el pudor de lado, tomó el teléfono de su hija y revisó los últimos mensajes y llamadas, en busca de alguna pista. Luego de unos minutos de fútil búsqueda, decidió llamar a Shannon, la mejor amiga de Megan.
“Megu, ¿cómo estás? No me digas que te olvidaste de escribir el ensayo…” dijo Shannon de prisa ni bien atendió. Era una buena chica, aunque siempre andaba un poco acelerada. Clark la interrumpió.
“Shannon, no, soy Clark. Me desperté y Megan no estaba, dejó su celular en el escritorio y dejó su cama tendida. ¿Tenés alguna idea de dónde puede estar?” formuló esa pregunta con la voz un tanto entrecortada.
Megan hizo un silencio. Dos silencios. “¿Megan? ¿Estás ahí?”

“Ay señor Mallory, por favor, haga lo que haga, no llame a la policía. Ya mismo salgo para su casa. Tengo algo muy serio que contarle.” dijo la adolescente, cortando la comunicación.

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